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Trumbo

por Crhistian J. Benítez

 

La “caza de brujas” fue una perversa manifestación del pánico que se había adueñado de todas las clases cuando el equilibrio empezó a inclinarse hacia una mayor libertad individual.

Las brujas de Salem / Arthur Miller

 

Ese proceso kafkiano que convoca al miserable a postrarse frente al estrado, la condena que perpetra hundir cada rastro de lo que no debe ser escuchado… visto. Ante la ignorancia de los espectadores, el señalamiento sinvergüenza del juzgado y medrosos que habían estrechado tu mano, jurando transigir la pena, solo aguarda una cosa: escribir bajo la mesa o escondido en la bañera, cambiar de nombre mientras rezas frente a la prensa.

"No sabemos ver la vida real con la nitidez con que vemos cine o leemos novelas" —escribía hace tiempo el novelista Javier Marías, en uno de sus artículos, y es que la propuesta narrativa nos indica a dónde virar, pero fuera de ella, el personaje angular, aquel que dirige la obra o escribe el guion, se convierte en el más susceptible para sufrir por la inquisición. Trumbo (2015) dirigida por Jay Roach (Recount, Game Change y la trilogía de Austin Powers), trae a la pantalla grande un desdeñable pasaje de la historia de Hollywood, biopic que cuenta la problemática básica de la libertad de expresión, la libertad de palabra, el derecho a reunirse, todo empotrado sobre un añejo Dalton Trumbo, el FILME cabalga sobre la persecución de un escritor.

Apoyándose en la novela biográfica sobre Dalton Trumbo de Bruce Cook, el guionista John McNamara (Aquarius) escribe una historia lineal, no penetra en la psicología del personaje y mientras se inclina en el contexto socio-político construye una narración que exhibe las cualidades rebeldes y las capacidades que, como líder, representó Trumbo. No resultan las veces en que la intención del drama es delinear una sonrisa en el espectador, por lo que el reparto de talentos compensa momentos como estos —un John Goodman enojado, destruyendo todo, siempre hace que funcione.

Protagonizado por un zafio semblante a la Walter White y de porte impasible cual Lyndon B. Johnson,  el actor Bryan Cranston retrata a un Dalton Trumbo inapelable y diligente so pena del escarnio público. Los momentos brillantes de Cranston resultarán ser pocos si se espera una configuración compleja desde la mira de sus protagónicos anteriores. Sin embargo no es el resultado de un mal apoderamiento del papel, es bueno en realidad, pues la narrativa embroca a la familia como parte fundamental de la carrera y desventuras de Trumbo, territorio bien conocido por el señor Cranston, aspecto que lo coloca como el indicado para el personaje.

Nosotros hacemos lo que todos dicen que no podemos hacer.

Entre panfletos rotos, la bulla moralina por mostrar la Primera Enmienda y el senador Joseph MacCarthy señalando a destra e sinistra, y con declaraciones infundadas, conspiraciones comunistas (desde el Departamento de Estado hasta los escalafones de Hollywood), surge la lista negra que encarcelará, exiliará y arruinará la vida de ciudadanos, otros tantos se abandonarán a merced de la ley.

Por un lado, para comenzar la conspiración y desechar a los miserables de la industria, resulta muy grato ver a la protagonista de The Queen (2006), la petimetra Helen Mirren, interpretando en esta ocasión a la actriz y periodista Hedda Hopper. Por otro, momentos de tensión se presentan al recrear las formas de control desde la  información; como linda esfinge y pilar dentro de la carrera de Trumbo, la silenciosa Diane Lane (Infidelidad, 2002) interpreta a Cleo Fincher, pareja del guionista y personaje que termina por redondear la historia dentro de un discurso muy emotivo por parte de Dalton.

El FILME es muy estático: breves paneos y pocos acercamientos. La edición ayuda a componer situaciones espacio-temporales, por ejemplo momentos en que intervienen Richard Nixon o Ronald Reagan. También es por esta característica que el drama mantiene fuerza, por el hecho de mostrar a una serie de célebres involucrados: se presenta un joven Dean O´Gorman interpretando a un airoso Kirk Douglas que a su vez la hace de Espartaco (1960) en manos de Stanley Kubrick.

Trumbo, logra transmitir el compromiso del personaje con la familia, los ideales, las consecuencias de sus actos. Roach y McNamara consolidaron una narrativa clara, lo más cercana a la biografía de Dalton durante la mitad de siglo. Sin embargo no es un trabajo que profundice más allá de la persecución política; la necesidad creadora, la necesidad de hacer, de consumar sus historias, son rasgos que el personaje exige que le preguntemos. Enmarcan bien lo baladí y regocijante que resulta la gloria por el trabajo bien realizado. Por su parte, Bryan Cranston exhibe sus capacidades como actor; podrá no ser su mejor protagónico, pero no hay duda de la flexibilidad que tiene para enquistarse en cada personaje al que es convocado.

 

17.01.15

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