por Jeremy Ocelotl
Cuando se dieron a conocer las nominaciones al Óscar nadie se sorprendió al ver que Saoirse Ronan, protagonista de Brooklyn (John Crowley, 2015) fuera nominada a mejor actriz. Pero el hecho de que la película compita en la terna a mejor filme del año, siendo elegida por encima de trabajos como Carol, tiene explicación en un discurso de empoderamiento femenino, mucho más tradicional.
El filme relata el viaje de Eilis (una joven irlandesa que pareciera salir del imaginario de Los Ángeles Azules pues es callada, tímida e inocente) hacia América, esa tierra prometida donde los sueños se vuelven realidad y las mujeres parecen convertirse en seres sofisticados como por arte de magia. Por supuesto el viaje y transformación de Eilis darán pie a episodios de dolor, nostalgia, romance y la configuración de un nuevo hogar.
Anclada en las más que competentes interpretaciones de Ronan como la inmigrante irlandesa con los ojos más expresivos del mundo y Emory Cohen como el romántico y bienintencionado pretendiente italoamericano, Brooklyn funciona discursivamente en tres niveles, los cuales refuerzan valores tradicionales:
El primero de ellos es el de una representación no muy sutil de una cenicienta irlandesa. El personaje de Eilis vive una existencia gris (indicada de manera literal por la fotografía) en Irlanda, pero gracias al Padre Flood cual hada madrina, es elegida para salir (por la misma mágica vía, con una visa) y viajar a América, donde conocerá la tierra prometida. En lugar de encontrarse con un hermoso baile, Eilis se encuentra con una metrópoli que la deja deslumbrada donde conocerá a ese plomero italoamericano Tony, representación de su príncipe azul. Por supuesto sucederá una tragedia, equivalente a las 12 campanadas de cenicienta y Eilis deberá despedirse de ese sueño que representa Brooklyn, regresando a su gris existencia en Irlanda. Después de la agonía y la espera, en el último plano, Eilis regresará a lado de su príncipe azul y juntos tendrán su final feliz.
El segundo es que Brooklyn plantea un triángulo amoroso atípico; si bien se podría pensar que Eilis se debate entre Tony y Jim, el irlandés con quien su madre desea emparejarla, el verdadero conflicto recae entre el amor de Eilis hacia Tony y hacia ese viejo hogar que representa Irlanda, amigos, familia y pretendiente incluidos. La protagonista sufrirá entonces al plantearse y llevar a cabo una separación de alguno de estos dos universos, la cual es evidente hacia donde apuntará. Quizá este es uno de los puntos más interesantes del filme, pues dota de una complejidad al dilema que debate a Eilis, no solo por ser la única consciente del mismo (pues Tony y el hogar en Irlanda jamás se confrontan), sino por presentar situaciones aún vigentes para personas que eligen a su pareja con base en sus propias convicciones.
Finalmente, en tercer lugar, Brooklyn termina por reforzar ideales del sueño americano. Eilis ya no es la chica callada y “dejada” que en un principio, desde su llegada a Norteamérica se ha convertido en una mujer fuerte, que sabe decir no, con estudios universitarios, sofisticada y atractiva. El discurso del filme pareciera indicar que esto es posible gracias al universo estadounidense lleno de libertades. No obstante la mayoría de las vicisitudes por las que pasa Eilis son emocionales: la figura del inmigrante que sufre hambre y es discriminado no tiene cabida en este filme. Por otro lado si Eilis es educada, atractiva y sofisticada, también tiene un hombre a su lado que la hace feliz; quizá por esto es que fue elegida sobre Carol que no solo tiene lugar en la misma temporalidad y coordenadas geográficas, pues mientras el relato de las dos mujeres enamoradas es compartido, Todd Haynes destruye esa ilusión de perfección de la sociedad americana, hablando sobre temas que aún resultan incómodos y tabúes, John Crowley con su Brooklyn alimenta ese cuento de hadas que es mucho más fácil de digerir.
27.02.16