por Fco Javier Quintanar Polanco
La tónica y temática de la ópera prima del venezolano Lorenzo Vigas, Desde allá (2015), son establecidas prácticamente desde su primera escena: un hombre maduro sigue a un joven guardando cierta distancia, y poco a poco la acorta hasta que en un momento dado se sienta a su lado y le ofrece dinero. Pronto descubrimos que este es el pago que el sujeto le da al muchacho a cambio de que le permita ver partes de su cuerpo desnudas mientras se masturba, pero siempre a un par de metros de él y sin tener contacto físico alguno. Esta es la cruda carta de presentación por la cual conocemos la vida secreta de Armando, quien se gana la vida -bastante bien- trabajado en un laboratorio dental, diseñando y reparando dentaduras.
Además de contratar efebos callejeros para satisfacer sus deseos carnales, Armando emplea sus ratos libres acechando a otro hombre, a quien sigue por las calles, al interior de edificios y hasta la intimidad de su hogar… siempre vigilándolo desde una distancia prudente. Entre estas dos aficiones, la vida de Armando transcurre rutinariamente, sin grandes sobresaltos.
Todo esto cambia cuando conoce a Elder, un muchacho a quien invita a su casa para satisfacer su lascivia y él en cambio, lo golpea y le roba. Extrañamente, Armando vuelve a buscar al joven pendenciero y ladrón, pero no para desquitarse ni reclamarle; sino porque se siente atraído por él, y poco a poco, entre ellos empieza a brotar una relación íntima.
¿Qué motiva a estos dos personajes a acercarse entre sí? quizá la clave principal tiene que ver con sus historias personales: ambos se perciben como seres rotos, amputados emocionalmente a consecuencia de abominables abusos sufridos por sus respectivos progenitores, y que por ello les cuesta mucho trabajo relacionarse con sus semejantes: uno ha optado por mantenerse siempre distante física y sentimentalmente, el otro se entrega por completo a la violencia, el sexo y el crimen para mitigar su dolor.
Esta vulnerabilidad que perciben entre sí les hace que —como dos cojos que se sostienen uno a otro de forma precaria para evitar caer— se animen a explorar una posibilidad sexual que aunque muy clara en uno y latente en el otro, no terminan de asumir (por miedo, prejuicio o simple negación). Y al tratar de vivirla a plenitud, Armando recula, toma una decisión inesperada pero lógica y (al más puro estilo Fassbinderiano) castiga con una traición esa intromisión a su intimidad, recompensando amargamente la entrega de su joven amante.
Y es que Armando ha hecho del observar el pathos de su propia existencia. Su inocencia perdida (representada a cuadro por una impresionante colección de querubines y angelitos en porcelana) gracias a un abuso sexual que se insinúa fue perpetrado por su padre (quien es el sujeto al que acecha compulsivamente) provee la explicación freudiana detrás de su voyerismo con el que busca satisfacer dos deseos: el erótico y el tanático. Pero como pasa con quien tiene sus fantasías y sus fetiches, la transgresión de los mismos puede no resultarle satisfactoria. A veces lo que uno anhela no es lo que uno quiere. Y cuando Elder aniquila ambos (la distancia corpórea y al padre de Armando), el mundo de este último se sacude y (quizás buscando reestablecer la certidumbre y el orden de su vida anterior) es que decide acabar con el transgresor.
La distancia emocional que el personaje central guarda con el resto del mundo es secundada estéticamente por tomas fuera de foco, donde podemos distinguir a los protagonistas pero no podemos verles a plenitud. Esta elección estética sirve para acentuar una ambigüedad que el propio argumento busca; con personajes de lo que no se nos deja saber demasiado, parcos en el uso de las palabras y que no pueden fácilmente exteriorizar lo que piensan y sienten. Pero con lo que es posible discernir basta para que el espectador se vea atraído y no pueda evitar involucrarse. Vigas propone así un juego interactivo, un ensayo bidireccional donde ese otro voyeur (el que esta al otro lado de la pantalla) deberá de salvar las distancias e inmiscuirse, aunque ello no le resulte cómodo ni muy agradable.
17.04.16