por Jeremy Ocelotl
La ópera prima del otrora artista plástico Artemio Narro, Me quedo contigo (2015), se pretende una inteligente subversión discursiva sobre el problema de la violencia de género que tanto afecta a la sociedad mexicana, en donde los roles de género se ven invertidos; pero que lejos de remitir a una denuncia bien articulada, termina cayendo en la utilización de recursos efectistas y gratuitos, una letárgica repetición que apunta a ideas limitadas y que a sus 99 minutos se siente excesivamente longeva.
El filme comienza con uno de los personajes principales, Natalia, una chica española, quien llega a México para encontrarse con la ausencia del novio interpretado por Diego Luna, y que ante esta situación se embarca en un fin de semana de fiesta con sus amigas mexicanas. Más allá del retrato escueto que se hace de la clase media alta en el primer acto (que por sus actitudes e insinuados contextos se acerca más a los denominados “condechis”) llama la atención el sutil machismo investido en los personajes masculinos.
Es importante notar esto último, pues en dicho detalle se terminarán por invalidar los argumentos de que el filme no apunta ideológicamente a una guerra de sexos. Así, por un lado tenemos al personaje de Diego Luna simbólicamente ausente, por otro tenemos al amigo que recibe a Natalia (cuyo comportamiento raya en el acoso sexual) y están los amigos en el restaurante (igual de acosadores); todos sirven como extensión de la reducida visión de masculinidad que presenta el filme.
Es precisamente el retrato, más bien obvio, de los excesos y el ennui de la clase acomodada en México (borrachera, groserías y pláticas sexuales incluidas) el que lleva a las protagonistas a tomar una desviación en una noche de farra, con violentas consecuencias deliberadamente gratuitas. Esto ocurre a la par de un supuesto examen de relaciones entre clases sociales dispares que, desafortunadamente para Narro, no sobrepasa el mero estereotipo y caricaturización; donde las ricas y poderosas desprecian a unos pobres que parecen demasiado contentos en un bar con rocola y caguamas (porque al parecer eso son los pobres).
Es cierto que la cuestión del retrato de las clases sociales es una constante en el cine mexicano y este filme no escapa al mismo. Me quedo contigo recurre a la misma temática de excesos etílicos y sexuales, como única representación del aburrimiento de la clase media alta, que hace pensar en si los nuevos cineastas mexicanos se han molestado en ver a Antonioni para ver cómo se logra volver a este sector, complejo en su ensimismamiento.
A partir de su parada de las protagonistas en el bar, se da el secuestro de un estereotipado (machismo incluido) ranchero que va de acuerdo al tono de las caricaturas de mujeres mimadas (pero más trashy) que presenta la película. De aquí en adelante lo que presenta la película es una extendida y harto repetitiva secuencia de la degradación del personaje masculino, a merced de estas mujeres, donde sufrirá una cantidad considerable de humillaciones y vejaciones, hasta llegar a las últimas consecuencias.
Más allá de contadas virtudes formales –como la utilización de planos abiertos, así como el diseño sonoro– Me Quedo Contigo es, ideológicamente hablando, un filme que no propone nada nuevo y que toma las rutas discursivas más obvias. Comenzando por el ya mencionado machismo de los personajes masculinos a través del filme, es difícil no hablar de una implantada parcialidad hacia los actos de las mujeres después de ver lo terribles que son los hombres del universo en el que existen, pasando por su total desdén hacia la clase baja y su representación simbólica: el tratamiento que se le da al ranchero y sobre todo el gag de la tanga dorada (innecesario, obvio y salido de la peor rom com gringa), se sienten más como una extensión de la propia visión de clase del autor que el punto de vista de las protagonistas.
Es este precisamente uno de los grandes problemas de la cinta, su reflexión sobre las relaciones de poder entre clases sociales, que está dada entre estereotipos: las caricaturas de la española, la gorda, la culera y la actriz frustrada vs el ranchero. Todos estos son “personajes” que podrían tener cabida en cintas mexicanas como Qué culpa tiene el niño (Gustavo Loza, 2016) o Niñas Mal (Fernando Sariñana, 2007), pero en un filme que se pretende provocador como este, terminan por mermar su impacto, pues estos sueltan la misma vacua verborrea e inciden en acciones arbitrarias solo porque “el guión lo exige”.
Lo preocupante es que la arbitrariedad y superficialidad de la acción es justificada y dotada de falsa profundidad por parte de algunos especialistas, quienes argumentan que se trata de una caricaturización de la elite mexicana, ¿acaso no hacen lo mismo las otras películas mencionadas? Más preocupante es este discurso de falso empoderamiento de la figura femenina a través de la violencia irracional, que se siente más falaz y facilón que si las cuatro protagonistas se fueran a rapar y de pronto su vida cambiara; sobre todo porque esta violencia, misma que supuestamente condena, termina siendo glorificada en su afán por crear una imagen de una mujer fuerte/emancipada y que apunta más bien a una apología de la misma violencia por donde se le mire independientemente del género que provenga.
El filme de Narro se encuentra más cerca de la escuela de Amat Escalante que la de Michel Franco (aunque no tan lejos de esta última), en la que la recreación literal de la violencia vivida en el país, es vista como herramienta suficiente de denuncia y generadora de una conciencia sobre la misma, dejando de lado los contextos estructurales o apenas esbozándolos, y más bien haciendo un retrato calcado de la misma, en un discurso que lo mismo podría plantear que una fotografía de nota roja es suficiente para hacer reflexionar a la población sobre la violencia que los aqueja.
En esta misma línea, el tratamiento que hace de su clase media alta remite a la televisión basura como “Acapulco Shore”, pues si uno ve el primer acto del filme, es indistinguible de lo que aparece en pantalla en el mencionado reality show. El segundo y tercer acto de la película es lo que pasaría si usted les da pistolas a los integrantes del programa. Esto apunta no sólo a una reduccionista visión más bien catastrófica/cínica de la sociedad mexicana, tan en boga en el “cine de arte” mexicano, sino también a que la supuesta crítica encontrada en el filme proviene más bien de la enunciación de su autor, pues su contenido no se distingue del mencionado reality o de lo que se puede encontrar en la portada de publicaciones como el alarma.
Narro dirige un filme que a pesar de su violencia gráfica y soez verborrea no propone más que obviedades y discursos vacíos, solo que realizados por hembras. El realizador debería concederles a sus personajes complejidad humana por el simple hecho de ser personas en esta película que se antoja como el equivalente cinematográfico de la “Baby Malibú con sombrero nuevo” (cfr. Los Simpson)[1].
07.06.16
[1] Se trata del episodio Lisa contra la Baby Malibú (1994) perteneciente a la 5ª temporada de la serie animada. Nota del editor.