siguenos
El hombre que vio demasiado

por Brianda Pineda

 

We need to concentrate
on more than meets the eye

Placebo

 

Ni le basta tener solo reflejos
(…)
quiere, además, un tálamo de sombra,
un ojo,
para mirar el ojo que la mira

Muerte sin fin, José Gorostiza

 

¿Sueño o vigilia? A propósito del cine documental

Conversando con mi librero de viejo más confiable sobre el documental como género cinematográfico, me sorprendió escuchar que a sus ojos éste es un género menor. ¿La razón? Su esencia “monocromática y extremista”, como él la llamó. Ese estar del lado de la luz o de las sombras pero nunca en la ambigüedad de la que nacen los colores. La fiereza de la protesta social y su inmoralidad de mártir eclipsada en los testimonios de aquellas personas que a voces van trazando un carácter ideológico y una postura sobre la cual apoyar sus sentimientos, fue el ejemplo al que por cercano acudió.

Así aparece una ética nacida del oprobio ante el despojo y la violencia irrefrenable cuyo efecto, las más de las veces, se queda en una serie de créditos finales que no hacen sino ensalzar la fantasmagoría de la cámara. Ésta, sin duda, debió ser la inquietud de mi amigo [si la certeza me permite confesar nuestros crímenes como quien habla del clima con todas las metamorfosis y estaciones que esto supone: la esperanza soñada por el alba, el crepúsculo en diálogo con el fuego y la tormenta y sus transfiguraciones ofrendadas al caos].

A los sentidos de Silverio, el librero que, hay que confesar, los más de los días se la pasa en las tabernas, el documental supone un acto cínico e hipócrita en la devoción profesada por y para la ilusión de los personajes que miran y los que narran en su presencia.

Como usted y yo ahora sabemos este hombre es un fatalista. Ante tal ataque no pude sino volver a la duda engendradora del texto en sí mismo ¿Qué es realidad y qué ficción? Segismundo y Calderón de la Barca atisban en los versos del soliloquio, en La Vida es Sueño:

 

¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño
y los sueños, sueños son.

 

El deseo y la muerte son las fronteras entre ambas y la invención su telón de fondo. El efecto siniestro se rompió cuando el buen Silverio reveló, al final de nuestra conversación, estar involucrado “como personaje” en un documental sobre Laguna Verde, el paraíso tóxico de Veracruz, donde fue capaz de hablar de lo que no se hizo pero sí se soñó. Aunque la vida se vista de ideas en contradicción se queda.

 

Enrique Metinides en Ambulante

A 11 años de la fiebre Ambulante, hemos visto de todo y saltado de mapa en mapa como conejos huyendo del sombrero. La magia del cinematógrafo es indiscutible y entrañable. Lo prueba, en esta última edición, El hombre que vio demasiado (2015) de Trisha Ziff, un retrato fílmico de Enrique Metinides cuya colección de fotografías rojas en la primera plana de La Prensa, y después de unas décadas en diversos medios, lo hizo un conocedor a cabalidad de la belleza oculta en el desastre y sus cadáveres. La naturaleza muerta que obsesionaría a los pintores: aves, bodegones, cráneos y habitaciones con muebles inmóviles, revoluciona, y en arte fotográfico encarna como destino en la figura del fotógrafo mexicano.

La sorpresa de lo sublime lo pone tras la lente a los nueve años al retratar senda cabeza decapitada sostenida entre manos por un trabajador de la morgue. Pionero de una manera inusual de arrebatar huellas a la realidad, misma que devendrá como el mal gusto y morbo (que se permite en un amarillismo hasta la fecha plagiario) supo hacer frente al horror y convertir sus archivos de espía en material fascinante para certificar, ante cualquier inspector de lo sagrado, su oficio de tinieblas.

Más allá de la noticia –olvidada a cada ciertos clics o semanas visitadas a periodicazos– el ojo que todo lo petrifica halló en este hombre taciturno a un discípulo leal a la cámara y sus artilugios, como manipuladores de lo que ocurre en el tiempo presente, encontraron a un caballero atento a la llamada de la muerte y sus escenas siempre revisitadas. El halo dramático de sus fotografías, las historias de rescatistas, de incendios, atropellamientos, explosiones y temblores, incontables como las veces que el obturador marcó el fin del rollo de 35mm, no hacen sino enfatizar la transfiguración en la que aún es posible divisar la tragedia en reflejos.

Queda la memoria y no es ficción pero sí usa disfraz, como la colección limpísima de trajes que usó Enrique Metinides para lucir solemne ante los siniestros diarios. La humildad y persistencia, mostrada durante sus entrevistas, nos recuerda que no hay que ser artista para hacer arte, o sí a fuerza de labrar una personalidad pero sin querer saberlo, viviéndolo. Accediendo a la realidad por medio de la ficción adivinamos nuestra condición humana. Delirios filosóficos si se quiere. El hombre que vio demasiado afirma en nuestra mirada el reinado del misterio.

Enrique Metinides, por sí mismo y gracias al ojo de Ziff (La maleta mexicana), es por destino y convicción un hombre que nació para acudir a la escena del crimen y hacer de su odisea un recuerdo que a nadie dejará indiferente, nada más y nada menos que por ser una fotografía de lo indecible.

 

10.07.16

Brianda Pineda


@brryanda

Xalapa, 1991. Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana. Ganadora en dos ocasiones del Premio Nacional al Estudiante Universitario Carlos Fuentes. Ha publicado reseñas y artículos en La Palabra y el Hombre y reseÃ....ver perfil

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