por Adriana Bellamy

Considerado como el mejor filme de la segunda edición del FICUNAM y ganador del Puma de Plata, en Yatasto las imágenes se abren bajo sus propias leyes a medio camino de la ficción y el documental en un azar aparentemente controlado.

Yatasto (2011), primer largometraje del catalán Hermes Paralluelo, nos invita a recorrer de manera casi documental las calles de Villa Urquiza, y ser testigos de los momentos de vida de un pequeño grupo de recolectores de cartón, vidrio y desechos orgánicos en la ciudad de Córdoba, en Argentina.

El plano inicial se convierte en imagen paradigmática de toda creación, incluyendo la cinematográfica: encuadre en negro total, en el que la distinción completa de las figuras en campo será regulada por la intensidad de la luz transmitida mediante una fogata. En el amanecer las voces de los niños toman forma y observamos a Ricardito, de 10 años, y sus primos, Beto y Pata, mientras preparan mate y conversan en una lengua que, por su combinatoria con el dialecto del lugar, nos acerca y distancia de sus parlantes protagonistas.

Después de esta imagen inaugural, Paralluelo introduce uno de los recursos eje del discurso fílmico que, en el manejo reiterativo del tracking-shot fijo (con la cámara sujetada por un alambre sobre una carreta arrastrada por un caballo), lo enlaza con la tradición representativa de la road movie, aunque este viaje será inmóvil.

Así, la cotidianidad y el detalle espontáneo se transforman en ficción: en la primera secuencia durante la charla y el juego de los tres niños, en la búsqueda de objetos para recolectar; en los diálogos entre Ricardito y su abuela, cuando ésta le enseña a su nieto a manejar la carreta utilizada en su periódica tarea o cuando platican en casa (donde se descubre, en una de tantas charlas, el título de la película: la anécdota sobre el caballo del bisabuelo llamado Yatasto); durante la escena en la que Ricardito comparte sus ilusiones con su hermana; en la relación de Pata con su padre cuando le reclama la pérdida de uno de sus caballos, entre otras.

Este mundo, creado a partir del trabajo libre del guión entre el director y los integrantes de la película, no es como cualquier otro, y en el recorrido acostumbrado convergen sueños, recuerdos, vivencias y frustraciones de un grupo que, al parecer, no se traslada hacia ninguna otra parte. Pues, la presencia de movimiento, en los trayectos de la carreta de la periferia a las calles de la ciudad, donde seres y situaciones son tomados en su honestidad implacable, es una suerte de espejismo. El acontecer surge y al mismo tiempo se suspende en el entorno.

Esta travesía efectiva e imaginaria, y de cierta manera también interior, encuentra su punto álgido cuando Ricardito cuenta a Pata el viaje de pesca realizado con su padre, relación en la que la imposibilidad de comunicación se simboliza en el celular que no tiene señal, así como en la descripción de un lugar donde el tiempo se detiene y nada sucede. Como en varias partes de la película, en la última imagen de los niños platicando mientras conducen la carreta por las calles de la ciudad, se registran los aspectos de una realidad, determinada y contingente, fija y móvil a un tiempo, como la posición de la cámara misma.

Más allá de la mirada sociológica o condescendiente, el filme de Paralluelo sugiere, descubre y contempla cómo la comprensión de la propia existencia ocurre desde el reconocimiento del ser humano y su relación con las cosas del mundo. Las distintas inquietudes, fantasías y dificultades de los habitantes de ese microcosmos forma parte del viaje donde surge la historia como acontecimiento particular; el relato de lo concreto, lo bello y terrible a la vez.