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Kong: La Isla Calavera

por Fco Javier Quintanar Polanco

 

Dedicado a Rodrigo Álvarez Juárez (Rodman Rex), quien fuese un notable apóstol del cómic, el cine fantástico y la música popular de ayer y hoy; y a quien siempre le simpatizaron los simios de todos tamaños y colores.

 

Desde su llegada a la pantalla grande de la mano de los directores Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack; el gigantesco gorila proveniente de una extraña y milenaria isla ha tenido -al menos- otras siete intervenciones cinematográficas las cuales o han sido secuelas; o se han enfocado en su legado; o lo han enfrentado con el otro descomunal monstruo de la cinematografía; o han sido intentos de adaptar la historia original de 1933 para nuevas generaciones. El más reciente de estos relanzamientos es Kong: La Isla Calavera (Kong: Skull Island).

Para este nuevo intento de resucitar al titánico primate, se reunió a un equipo muy peculiar: el director Jordan Vogt-Roberts (cuyos trabajos previos estaban más bien enfocados a la comedia) y los guionistas Dan Gilroy (quien en 2014 escribiese y dirigiese el exitoso y oscuro thriller Nightcrawler); Max Borenstein (responsable del libreto para la más reciente adaptación hollywoodense de Godzilla) Derek Connolly (escritor de Jurassic World de 2015 y Monster Trucks de 2016) y John Gatins (más enfocado en el drama, aunque ya había explorado el género fantástico al adaptar la novela original de Richard Matheson para dar origen al filme Real Steel de 2011). El resultado de tan ecléctica combinación fructificó en una obra de peculiares características.

Por principio de cuentas, el quinteto decidió guardar una sana distancia respecto a los anteriores reboots sobre el coloso peludo (Guillermin, 1973; Jackson, 2005) y darle a la película la dinámica y enfoque propios de una monster movie en regla, con un tratamiento el cual dialoga muy bien con los Kaiju japoneses. Se decidió privilegiar a la presencia de la criatura - y su posible función- por sobre otras cosas, en el entendido de que el gran gorila debería ser el protagonista de la historia.

Obviamente, en ese ánimo de dejar a Kong como el amo absoluto de la narración, todo lo demás debía pasar a un segundo plano: aquí no hay dramas humanos, no romances frustrados, ni pretensiones filosóficas ni excesivas intelectualizaciones lastrando el argumento. Es sencillamente un monstruo gigante combatiendo, demoliendo y aplastando a todo aquello que pueda representar un peligro, incluyendo a los humanos.

Y es en esa faceta (y aprovechando el contexto sociopolítico imperante en la época donde se sitúa la trama) donde el filme se permite una muy poderosa metáfora, involucrando al inmenso simio y a uno de invasores humanos: el Teniente Coronel Preston Packard, este último recién llegado de Vietnam tras la derrota del ejército norteamericano en esa conflagración. Packard hace de Kong su rival a vencer, en parte porque (en un acto de legítima defensa) el coloso mata a muchos de sus hombres y busca vengarlos, y en parte por un orgullo personal y militar lastimado tras el fracaso recién sufrido, por lo que hace al mono colosal depositario de su frustración, ira y obsesión y lo transmuta en un enemigo a vencer para poder (esta vez y para sí mismo) ganar esta guerra, la cual tiene perdida de antemano porque no se enfrenta a un adversario ordinario, sino a una imparable fuerza de la naturaleza, enmarcando así un sublime discurso antibélico.

De ese modo Packard se emparenta con otro célebre Teniente Coronel del cine: Bill Kilgore, el fanático del surf y el napalm y uno de los protagonistas de la siempre recordada Apocalypse Now, rindiéndole un sutil homenaje a través de algunos guiños y ciertas escenas y atmósferas que toma prestadas del clásico de Coppola.

Otro de los puntos que Kong: La Isla Calavera evita respecto a sus predecesoras, es caer en el síndrome de la bella y la bestia con el fin de humanizar -y de alguna forma tentar- a esta última, y así la bella en turno (Brie Larson) en realidad tiene apenas un breve -aunque significativo- acercamiento hacia la bestia, en el cual ella es la que descubre una inesperada empatía con la bestia y comprende que no se trata de un monstruo de infinita y ciega brutalidad. Lo mismo pasa con varios de los protagonistas quienes entienden los actos del gorila como protección para sí y para los que le viven en su territorio y de alguna forma mantiene el equilibrio en su complejo ecosistema, explicando dicha función sin caer en el mero panfleto ecologista.

Recapitulando, Kong: La Isla Calavera es cine de entretenimiento puro -y no al revés-, y aunque apela un tanto a la nostalgia de una generación adulta por esas películas de monstruos gigantes, no pierde de vista a las nuevas generaciones ofreciendo también un trabajo dinámico, que transcurre sin grandes tropiezos y falsas pretensiones, y consigue emocionar a ambas generaciones por igual, recuperando la capacidad de maravillarnos con este tipo de cine fantástico, y cuya escena postcréditos deja abierta gigantescas posibilidades para este género cinéfilo que aún tiene mucho por ofrecer.

 

26.03.2017

Fco. Javier Quintanar Polanco


Comunicólogo egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México. Editor del fanzine independiente A.T.P. de 1987 a 1992. Actualmente, es colaborador en las publicaciones electrónicas Revista Cinefagia y El Patas.Net. ....ver perfil
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