por Jeremy Océlotl
¡Huye! (2017), una de las óperas primas mejor logradas en años recientes, mezcla de manera orgánica géneros como el thriller, el cine de terror, humor negro, así como el cine social, creando así una de las más complejas alegorías sobre el reinante racismo dentro de la Norteamérica contemporánea. Debut como director del comediante y guionista Jordan Peele, la cinta dota de una gran inteligencia y sutilezas a su argumento y, al mismo tiempo, da un giro innovador en la manera en que explora las relaciones de clase y raciales.
Después de arrancar con una escena dentro de un suburbio de clase media alta en los Estados Unidos, que atrapa desde ya al espectador y que tendrá mayor sentido hacia el final del filme, se nos presenta el universo en el que estaremos. Chris es un fotógrafo afroamericano que tiene una relación interracial con Rose, una chica blanca de clase media alta. Ambos se encuentran en los preparativos para realizar un viaje donde Chris conocerá a los padres de su novia, lo cual le causa ansiedad pues no sabe a qué se enfrentará al conocerlos. Por supuesto sus dudas y temores se verán más que fundamentados al conocer a su familia política.
Desde el momento en que Chris y Rose pisan la casa de los padres de esta última, en un elegante suburbio de blancos ricos (vista al lago incluida), el filme se maneja como un incisivo y paulatino crescendo de thriller, reminiscente no en pocas áreas al clásico The Stepford Wives de 1975 basado en la novela de Ira Levin, con la diferencia de que en lugar de hablar de dinámicas de género, estas se sustituyen por las raciales.
Encontramos así que el idílico suburbio se encuentra poblado por Blancos Anglosajones Protestantes (WASPs por sus siglas en inglés) demasiado perfectos, demasiado amistosos, en exceso liberales y que no paran de halagar las virtudes de las personas de color… como si estas mismas necesitaran de su aprobación. Al mismo tiempo los pocos individuos negros que habitan en el mismo se comportan de manera anómala, cuasi robótica, y casi siempre supeditada a los caucásicos.
Peele aprovecha estos elementos para crear una atmósfera claustrófobica y perturbadora, donde el personaje de Chris más que sentirse como un invitado se siente como un prisionero. El protagonista es examinado por los familiares de su novia,y los invitados de una por demás extraña festividad celebrada de manera (nada) coincidental el mismo fin de semana. Todo esto en un ambiente sobre el cual no tiene control alguno y cuya lejanía y aislamiento (solo se puede salir de ahí en coche, el cual es de su novia) resultan en un gran inconveniente.
Todo esto apunta a las “microagresiones” y cómo éstas pueden ser fácilmente obviadas o pasadas por alto, cómo el racismo se ha reconfigurado con base en ellas en su contemporaneidad. Ya no se trata de una violencia física sino de una alineación psicológica ante los paradigmas establecidos por las clases dominantes, en este caso los blancos. Las dinámicas de dominación, propone la película, se basan ahora en la validación del individuo, quien se somete a las mismas tácitamente. Dicho en otras palabras, se plantea que para estos individuos el buen negro lo es en función de un blanqueamiento simbólico del mismo.
De esta hipótesis parte el tercer y más complejo acto del filme, en el que Chris finalmente se dará cuenta del riesgo que corre y tendrá que huir si quiere permanecer vivo. Un tercer acto que se nutre del terror gráfico, además de la ciencia ficción serie B en ingeniosos guiños a directores como David Cronenberg, por la examinación de la corporeidad que realiza, además de películas como The Invasion of the Body Snatchers y, si se quiere, filmes tan opuestos (por su nada sutil racismo) como The Skeleton Key. En unos últimos minutos donde lo mismo encontramos cuerpos mutilados, sangre al por mayor, además de surrealistas pasajes que los mismo incluyen control mental o cirugías reminiscentes de clásicos como Frankenstein.
El filme de Peele es uno que se desboca hacia el final, pero no de manera fortuita sino como simbolismo del destapado y rampante racismo que queda al descubierto. Una película que no teme abrazar sus referencias, jugando con ellas, hibridándolas y alejándose de esta reciente y académica solemnidad que plaga los filmes de reflexión social, demostrando que los mismos pueden ser lúdicos y abrazados por el público en general.
¡Huye! traslada el racismo del imaginario sureño y de clase baja al contexto de las clases más altas y educadas del país. Así, no solo se aleja del mito del racismo como un defecto del sur confederado o de la encarnación en los rednecks, sino que lo complejiza como un incómodo problema anclado en la contemporaneidad a pesar de los movimientos sociales.
31.05.17