Una comedia ligera y divertida fue la encargada de abrir la sexta edición del Los Cabos Film Festival que con toda su pretensión, quizá no logró ser más que un buen divertimento de elaborada producción. En todo caso una buena elección para telonear un festival porque abre boca para una serie de autores de toda América del Norte.
por Julio César Durán
Valerie Faris y Jonathan Dayton son dos cabezas salidas de MTv quienes hace más de 10 años golpearon la pantalla con un filme que rayaba en el mejor entretenimiento pop además de constituirse como una obra de carácter autoral. Con Pequeña Miss Sunshine (2006) este tándem suscitó una interesante curiosidad para los cinéfilos, colocando ciertos valores norteamericanos a prueba y ante el escrutinio de una nueva generación.
Con todo un mundo de video musical como credenciales y con una simpática Ruby Sparks (2012) a cuestas, estos cineastas le entran a la agenda con perspectiva de género revisando un momento mediático en la pequeña historia de la televisión norteamericana: La batalla de los sexos (Battle of the Sexes, Reino Unido-Estados Unidos, 2017).
La premisa es bastante básica, tanto que retoma la estructura de cualquier filme deportivo estadounidense habido y por haber: en 1973 el otrora campeón de tenis, ahora apostador compulsivo, Bobby Riggs, se asume como un agente antifeminista y reta a Billie Jean King, la mejor jugadora de tenis de la nación yanqui, para demostrar la superioridad del hombre sobre la mujer.
El filme es básico, complaciente y trata de cumplir con la agenda, con el signo de los tiempos sin ser demasiado honesta. Tampoco tiene el encanto que Little Miss Sunshine encontró en los avatares de una familia de clase media intentando romper con su medianía.
A partir de un relato de machismo y misoginia so pretexto biológico, Dayton y Faris crean, eso sí, un excelente filme de época donde el cuidado del diseño de producción y la fotografía, cual filtro de Instagram, poco a poco van volviéndose los protagonistas. Esa recreación de los espacios, colores y texturas asociados con la década de los 70 sirve para evocar las luchas sociales y los cambios que hoy en día aún entendemos como urgentes.
Quizá más allá de todo lo convencional y predecible que es La batalla de los sexos, lo interesante, como siempre ocurre con actores de la talla de Steve Carrell o de Emma Stone, es la construcción de personajes. Principalmente en el caso de la tenista Billie Jean King, quien está decorosamente perfilada y en quien vemos un activismo político y laboral, reflejado por el descubrimiento sexual del que es partícipe en su pequeña odisea fuera de las canchas.
La película no tiene mucho qué contar en realidad, sin embargo sí da cuenta perfecta de un momento en el que nuestra sociedad occidental estancó su cambio en cuanto a los derechos de la población femenina. Por un lado la película refleja un espacio y tiempo donde la mujer no tiene capacidad de elegir, King misma afirma sólo haber estado con un hombre, su esposo. Por otro lado, y para mí es la parte más sobresaliente del filme, es la perfecta descripción de una parte de la idiosincrasia norteamericana: en el elemento mediático, en este caso a partir de un ridículo show televisivo, es donde lo social y lo político no sólo se gesta sino que se decide. En Estados Unidos, como en todo el mundo occidental, si algo no es ruidoso no existe, y será la ficción de los medios la que haga creer al gran vulgo que está participando de la vida política de aquel país.
10.11.17