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¡Cámara, pinche chango...!

A propósito del lanzamiento del trailer de la más reciente película de la serie El planeta de los simios, subtitulada La última frontera y prevista para su estreno a fines de este mes, aquí un profundo examen de la situación del episodio anterior disfrazado de un par de deseos insatisfechos.

 

por Alan Pérez-Medrano

 

La Guerra (Reeves, 2014), ya preludiada desde las partes finales de El planeta de los simios: Confrontación (Reeves, 2014), y que habría podido pagar lo que ésta quedara a deber al gran acierto del primer largometraje, El planeta de los simios: (R)Evolución (Wyatt, 2011), por desgracia no pagó la deuda heredada y dejó así nomás la pura satisfacción de compartir las palomitas y de ver dos que tres postales estereoscópicas, belicosas y de categoría. Una que otra monada. Del baúl de los deseos fílmicos insatisfechos, acá un par de lamentitos a propósito del más reciente episodio:

  1. El lenguaje: Recurso con potencial pero paulatinamente desperdiciado. Tomemos en cuenta cómo en el primer episodio se fue gestando poco a poco el primer gran monosílabo de impotencia del aún joven e indignado César. Todavía en la segunda entrega nos dejamos sorprender junto a los humanos sobrevivientes que se topan de pronto con el aturdidor evento de que los simios les salgan respondones corriéndolos a gritos de sus dominios. Para las alturas de esta tercera (en que ya cualquier chango habla inglés) se dieron el lujo de retirar la palabra a algunos de los protagonistas con el fácil artegio de ser víctimas de una presunta mutación del virus que esta vez les retiraría el don de la palabra antaño otorgada. Se dejaron de lado las prometedoras posibilidades de poder alternar el lenguaje convencionalmente articulado junto a otras posibilidades de la expresividad “primitiva” (recordemos La Guerra del fuego, Annaud, 1981). El idioma de los humanos y el de los simios terminaron malgastándose y reduciéndose a la fea costumbre de secretearse enfrente de las visitas o hablar en “efe” para que no se entere nadie. En cierto momento las capacidades del habla y la inteligencia intentan ser deslindadas de las características inherentes del ser humano mostrando así; por un lado, un chango peludo medio y menso pero buena gente y, por el otro, un pinche chango pelón y deshumanizado. De ambos personajes quizás el lampiño sea uno de los un poco más complejos, sin embargo al final también facilón y mal cuajado intento de neonazi. Quizás el chango que hace las veces de “verdugo de su propia raza” presente una profundidad de carácter más significativa; brutalidad+más brutalidad+dilema existencial = arrepentimiento. Un personaje más o menos complejo. Hubiera sido el papel perfecto para Díaz Ordaz, quien si hubiese sufrido de dilemas y arrepentimiento habría quedado que ni mandado a hacer y hasta el maquillaje se había ahorrado.  Algo sí queda claro ni la capacidad lingüística, ni la inteligencia (en su caso), suelen ser una garantía para diferenciar a un humano de otros simios; ojalá pudiéramos, como en la película, echarle la culpa a una gripita.

 

  1. El imperator. Las transformaciones del héroe César van paulatinamente desfigurando el excelente y complejo personaje surgido del primer episodio. La solución del héroe mesiánico queda inconsistente y simplifica la complejidad inicial del personaje. Estamos lejanos del primer César que en el primer episodio con una correa en el cuello preguntará a su papá si él era una mascota y que, más adelante, renunciará a su vida “en familia” por la épica empatía con su raza. En esta tercera César cruza un via cruxis muy simplón, se lava las manos en busca de venganza, toma agüita de la niña samaritana a quien en anterioridad repudiara como a leprosa. Hasta es tentado cual Jesús (“melgibsiano”) por el rostro de su antítesis maléfica (Koba) alucinando por tanto azote. Ya en últimas, quizás hasta resultaba igual que la samaritana fuera Koba y que el diablo fuera la niña que, dicho sea de paso, se parece mucho al demonio de La pasión de Cristo (Gibson, 2004), nomás que sin el niño deforme. Por lo demás vemos uno que otro Dimas, uno que otro Gestas, y otras tantas cruces; hacia el final del largometraje una avalancha de nieve a falta de Mar Rojo va preparando el camino para que César termine por convertirse en un Moisés más bien aburrido. Así, los destellos del film son muy reducidos, casi con el mismo nivel de elocuencia que suscitó la “puntada” de que la fanfarria de Twenty Century Fox haya sido mal traducida (como gran parte de la banda sonora) a tambores y bongos selváticos. No se sabe al final si sean bloopers o curiosidades.

 

13.11.17

Alan Pérez-Medrano


Realiza estudios en Berlín con la firme intención de doctorarse con un proyecto que pretende alternar teorías ortodoxas rusas de corte cristiano y endecasílabos albureros en toscano antiguo. Entró al cine de la mano de Chavela Vargas y un pinche chango, calcula salir bien librado de ahí.....ver perfil
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