por Julio César Durán
En medio de la Norteamérica de crisis sociales y migratorias, que además padece una cartelera cinematográfica industrial plagada de superhéroes (como si el Hollywood de los estudios A se hubiese convertido en un lugar de comida rápida), ¿qué es lo que hace un autor fílmico de carácter nacionalista?
Alexander Payne ha caracterizado su obra, de manera constante, con el hombre promedio. Sus filmes están siempre representando al estadounidense mediano y gris cuya mentalidad local padece toda clase de incertidumbres e incomodidades modernas. Siempre fino, el cineasta oriundo de Omaha está muy lejos de ser chovinista, aunque sus filmes sí poseen una personalidad regional, y coloca su ojo en aquella mediocridad encantadora a la que transforma en un elemento sumamente emocional.
Con Pequeña gran vida (Downsizing, Estados Unidos, 2017), Payne presenta a Paul Safranek (Matt Damon), un hombre bastante normal con problemas y tragedias cotidianas que vive un momento cumbre en la historia de la humanidad: científicos suecos han descubierto una manera de reducir el tamaño de la gente a tan sólo unas cuantas pulgadas de alto, lo que traerá consecuencias importantes en la economía y en el impacto ambiental.
Arrancando de esta manera, Alexander Payne consigue que el público sienta empatía por el protagonista, con todo y los los múltiples giros que tomará su historia, pero además de esto pone sobre la mesa de discusión argumentos interesantes.
Desde que Paul decide someterse a la intervención que cambiará su vida, hay una constante mirada a un elemento que domina la vida de todo estadounidense, es decir el consumo. La cuestión principal que rige las relaciones del día a día entre los gringos es la compra-venta de todo, la propiedad privada y modelos de mercado, donde quizá toda persona, antes que ser humano, es identificada como un cliente, como un consumidor potencial.
Las consecuencias de esto no tardan en caer en el ámbito político. Al enfrentarse a un mundo nuevo es cuando resaltan las insatisfacciones sociales de un sector patriotero; es también cuando se cuestionan las ciudadanías y los derechos civiles que merecen (o no) las personas que han sido reducidas; es cuando se hace evidente que en el mundo del hombre occidental nadie quiere la responsabilidad de un trabajo.
Cuando Paul Safranek reduce su tamaño es cuando se da cuenta que el mundo es más grande de lo que creía, pero sobre todo que es más complejo. De la manera inversa a la que apela su nacionalismo en Los descendientes (2011) –donde el germen de la protección de tradiciones y territorio se da en el ciudadano cuyo árbol genealógico viene de una cuarta o sexta generación (nótese que nunca es el nativo)– aquí es claro que la base de una nación occidental como Estados Unidos es multiétnica y de profunda relación con lo que la raza dominante entiende como “el otro”. Downsizing pondrá a su protagonista en relación con el europeo mundano y solvente (por ejemplo Dusan, interpretado por el carismático Christoph Waltz), pero también con el gueto donde latinoamericanos y asiáticos en situación vulnerable son la cultura mayoritaria, pasando por activistas políticos y comunas de científicos cuyas ideas los han llevado a entornos extremos.
Para Paul la migración (en muchas de sus formas) se hace presente, pero también se cuestiona términos como legal o ilegal. Su periplo lo hace pasar de un lugar a otro durante toda la película, así vemos como el pequeño norteamericano crece, al notar aspectos que la burbuja de la clase media no le permitía conocer, hasta encontrarse, incluso, con el próximo gran éxodo de la especie humana.
Pequeña gran vida da cuenta de todo lo que un autor cinematográfico puede llevar a cabo con una estructura narrativa básica. Alexander Payne va creando un discurso en cada giro de tuerca que su historia le exige, sin faltar a las intenciones de entretenimiento y de crear reflejos de su propia cultura. Como director y coguionista –trabajando de la mano con su escritor de cabecera, Jim Taylor–, Payne parte de una fórmula para contar historias al que el cine hollywoodense está cómodamente acostumbrado, pero la lleva hasta un lugar que le permite cuestionar y señalar su momento histórico.
Tal vez lo más importante es cómo el realizador logra concertar un encuentro entre el espectador y los tópicos imprescindibles en el escenario político internacional, así como reconocer que Payne termina una película sin caer en una agenda mediática, con el único compromiso consigo mismo como autor y no con la moda de la corrección política.
20.11.17