por Praxedis Razo, para Sergio Valdéz en su cumpleaños
La locura de mil rostros balbucea frente a nosotros. Aparece y desaparece frente a nuestros ojos, se borra, se aclara, no es constante y quién la aguantaría. Nos mira, nos ignora. Envejecida, medita, se descubre en la pantalla aún feliz, contemplando milagros en su miseria, cómoda, devaneante.
En extremos close-ups, Véréna Paravel y Lucien Castaing-Taylor, la dupla que nos hizo volar con sus caprichosos ángulos en Leviatán (2013), se acercan al caníbal súperestrella de los años 80, que hoy pasa la vida recluido con su hermano –otra fichita–, adormecido, meditabundo, a ratos orgulloso de su condición, a ratos apenado, siempre contraponiendo la palabra (un discurso lúcido, relamido) en la imagen (siempre saliéndose de foco, ¿hacia lo etéreo o hacia la mancha voraz?).
Los cineastas y antropólogos, miembros del Laboratorio Etnográfico Sensorial de la Universidad de Harvard, nos van dando un retrato muy paciente de la vejez de Issei Sagawa que, de a poco, con su exitoso manga, con la singular pornografía que protagoniza, con sus memorias fílmicas de infancia, revela a un ser taciturno, lejos de cualquier molde antes previsto en el cine, con todo y la estática nerviosa que recorre de principio a fin el soundtrack del filme.
Repetitiva, Caniba desacompleta el rompecabezas de los límites del deseo, sus miras son otras: angustiar tal vez, incomodar quizá, en todo caso su preocupación está en la máscara, en la función exacerbada de teatro nÅ que representa en todo lo largo y ancho de la pantalla para nosotros, y a ese nivel de lirismo pretende despegar el discurso visual, el sonoro, que más bien se desmaya en su realidad grotesca de destellos plásticos importantes en las fauces del personaje.
Perpendículo, el enmascarado de su propio rostro –los antropólogos nos llevan a discernir–, oscila entre su pasado ilimitado y su presente limitante, es el adagio de un perverso que sigue dominando, incurable. Sagawa provoca que limpiemos nuestros ojos para reconocer el terror que hay en su anonadamiento, en su inutilidad.
Y ya como colofón, quede otro experimento de la lente en esta película: en un momento dado, el hermano del caníbal, que habitaba en el segundo plano del cuidador primario, enfocado y desenfocado por la presencia de Issei, pasa a un ruidoso primerísimo plano al exponer su sadomasoquismo que acaba por redondear una intimidad inesperada, de plano enfrentada casi en competencia tribal con la excepcional condición del eje de la película.
¡Qué desenfocada y bonita familia!, se podrá hasta decir al son desanimado de “La Folie”, de The Stranglers, durante los créditos.
22.07.18