por Laura Meza Orozco

Decía Jean Cocteau que el cine es el arte de filmar la muerte. El debut de un “secundario” de lujo como lo es John Carroll Lynch, aquel esposo de ficción de una secundaria de lujo ganadora de un premio de la academia como lo es Frances McDormand en Fargo (Coen, 1996) dirigiendo a otro secundario de lujo como lo es Harry Dean Stanton en Lucky (2017) es una modesta producción que encierra la grandeza de una historia simple, honesta y amarga acerca de la vejez, de lo implacable que es la muerte, una historia construida entorno a Dean Stanton, nadie más podría haberlo interpretado porque Lucky es el alter ego del propio actor.

Con esa postura encorvada y de ojos tristes desde sus icónicos pasos por el desierto de ese Paris, Texas (Wenders, 1984) hasta el regreso televisivo de Twin Peaks, Dean Stanton da vida a un nonagenario veterano de guerra que vive en el árido oeste estadounidense, sus días transcurren en la más cotidiana de las rutinas y que tras una caída se enfrenta a su propia mortalidad. Así desde ese costumbrismo Lucky es una despedida, la despedida de un hombre ateo que esconde para sí que tiene miedo mientras interpreta canciones rancheras.

Si bien es cierto que la cinta es una carta de amor a la vida y carrera de Harry Dean Stanton, se recurre al simbolismo sutil antes de lo sensiblero, hasta el cameo del gran amigo de Dean Stanton como lo es David Lynch, es adorable y conmovedor como esa Catherine Coulson “la señora del tronco” en Twin Peaks muy enferma de cáncer dando las buenas noches en sus últimas apariciones, Lucky-Dean Stanton dirigiendo una última sonrisa al público sabe a despedida, una antes de que caiga el telón.

06.08.18