Con su primera y carismática temporada tuvo para nacer como fenómeno, lo cual permeo en una irregular segunda temporada compuesta de repetidas fórmulas y escasez de ideas. La tercera temporada no es mala, de hecho, puedo enfatizar que a pesar de seguir con el aluvión de referencias de la cultura pop ochenterosa va más allá del homenaje imprimiéndole su propia personalidad; esta tercera parte no traiciona las expectativas de su público, da lo que promete.
Exigirle más a un producto como Stranger Things sería una suerte de autoengaño, aun así, encuentro particular torpeza en la forma en que los hermanos Duffer hacen frente a temas como el sexismo en el ambiente laboral, el despertar sexual, el impacto de un nuevo centro comercial sobre los pequeños productores locales y el capitalismo. No es azaroso que Erica, la hermanita de Lucas, sea la que defienda el modelo capitalista cuando una de las minorías que más ha padecido por el capitalismo en los Estados Unidos ha sido precisamente la comunidad afroamericana.
En esta tercera temporada se apuesta al terror desde Día de los muertos vivientes o La cosa de Romero & Carpenter respectivamente equilibrando este cóctel autorreferencial con un enfoque más cercano a la acción evocando por momentos en Terminator. Los ocho episodios que comprenden la tercera temporada de Stranger Things son agregados barrocos a un pintoresco retrato resultando en un monumento al “american way of life”.
Stranger Things más que una serie es un escaparate, como decía la periodista Irene Sierra, en esta temporada más de 75 marcas aparecen en la puesta en escena, las cuales tienen acuerdos de distribución de productos con temática de la serie. Pero no me haga caso, si lo que usted gusta es entretenimiento veraniego lo encontrará mientras canta “La historia sin fin”.