Por Alejandro Aravena A.
Ya no basta con rezar(1972) de Aldo Francia, inicia con vidrios rotos en una calle de Valparaíso, Chile. Un niño es increpado por el aparente dueño de la casa donde la piedra que el niño lanzó rompió una de las ventanas. El padre Jaime (Marcelo Romo), protagonista de este filme, aparece en escena para ir en socorro del niño. Luego de rescatarlo, el padre pregunta al chico «por qué quebró la ventana». El niño no responde.
Entre todo lo dicho, analizado, debatido y cuestionado en torno al estallido socialsurgido en Chile el 18 de octubre del 2019, una de las interrogantes más reiteradas es «por qué pasó y por qué de esa forma». Desde saqueos a supermercados, pasando por destrucción de mobiliario público, barricadas, hasta la quema de estructuras privadas y religiosas, el acto de protesta “violento” ha sido puesto en duda y, posteriormente, condenado por agentes político-sociales con voz y tribuna para hacer notar, también, su descontento.
Sin la absoluta intención de juzgar, en este texto busco entender dónde ubicar los precedentes de este movimiento y su forma, violento o no, de manifestar el descontento, ya no sólo del pueblo chileno. Todo esto a partir del “¿por qué?”, esa pregunta que se hizo el padre Jaime al presenciar el acto del niño y que pueda responderse a través de trabajos de otros realizadores de la cinematografía nacional.
Este año no hay cosecha(2000) de Fernando Lavanderos y Gonzalo Vergara, es un documental realizado en Santiago de Chile a principios de siglo XXI, donde conocemos a un grupo de niños que viven en la calle. En todas las calles. Pidiendo dinero a los transeúntes, durmiendo en los parques, aspirando «neopren». Enfocado en Jesús, pequeño que bordea los 12 años, como protagonista del caminar y conector con el resto de los personajes. Este filme es sobre los invisibilizados, omitidos, tanto por nosotros, como por las políticas públicas y sus responsables (irresponsables).
En palabras de los pequeños, pero sobre todo en su actuar, está un discurso generalizado: la necesidad de apoyo de la gente, del estado, de otros como ellos. Están naturalmente silenciado, en una sociedad, irónicamente, cada vez más ruidosa en sus reclamos por necesidades y derechos.
Quizás lo único que logra infiltrarse en los estropeados zapatos de los niños es la cámara, cuando se vuelve uno más del grupo. Y es que era la única forma de conocerlos. Si la gente que pasa frente a ellos nos los mira, al menos la cámara logra la empatía que nadie alcanza.
Otra obra que comprendió el rol de perro fiel que tiene el lente en las historias de abandono, desamparo o injusticia, es Crónica de un comité(2014) de Carolina Adriazola y José Luis Sepúlveda.
Durante una noche de protestas en Santiago, en medio de movilizaciones estudiantiles llevadas a cabo en 2011, un joven de 16 años muere de un disparo provocado por el carabinero Miguel Millacura. Ese muchacho era Manuel Gutiérrez, nombre que bautiza al Comité por Justicia a Manuel Gutiérrez, conformado por su hermano (sobreviviente a esa fatal noche) Gerson Gutiérrez, la familia de ellos, y el dirigente Miguel Fonseca. Sobre las actividades del Comité, las decisiones en nombre de Manuel, los altercados, logros y fracasos como conjunto en búsqueda de una “justicia terrenal” (como dice la familia, pertenecientes a la iglesia evangélica) es de que se trata esta producción.
Al igual que los niños de Este año no hay cosecha, el Comité camina a paso de hombre, con su mano estirada, reclamando un poco de justicia, mientras la burocracia del estado pasa frente a ellos sólo entregando una mirada de compasión y de ánimo. A pesar de las dificultades que la familia Gutiérrez padece en cada momento, comprenden que deben continuar para al menos acercarse a esa quimera judicial. En ese transitar también está la cámara, a ratos en manos de Gerson, en la habitación de Fonseca o en una reunión hogareñadel grupo evangélico. El lente se vuelve confidente, diario de vida, bitácora en la travesía, el oído acogedor de un pastor al servicio de su rebaño.
El drama de Aldo Francia ambientado en Valparaíso en 1972, el documental de Fernando Lavanderos que iba tras los pasos de los niños abandonados a su suerte en las calles de Santiago, la crónica de un grupo de personas por la búsqueda de justicia en el filme de Sepúlveda y Adriazola, en las cámaras de cada una de estas producciones se encuentran las semillas del fruto amargo que por años, mucho más de tres décadas, ha masticado el pueblo chileno más vulnerable.
«¿Por qué rompiste el vidrio?» le pregunta el padre Jaime al niño en Valparaíso. Hasta ese momento, el sacerdote no comprendía los motivos, de dónde nació la rabia, la frustración, la pena, la angustia. Hasta que ingresa en las entrañas de las familias abandonadas y trabajadores sindicalizados. De la misma forma que la cámara, el padre Jaime termina acompañando, observando, comprendiendo e inevitablemente, actuando.
Alejandro Aravena Abre/accion Revista