por Diego Durán
El buen cuento de horror avanza bailando hasta alcanzar el centro de su vida y encontrará la puerta secreta a esa estancia cuya existencia creía usted que nadie más conocía.
Stephen King
Los planos medios y generales son las convenciones de filmación infalibles de Natalie Erika James para construir la penumbra y desesperación de Relic (2020), un retrato de terror atmosférico al estilo de Los otros (2001); sin embargo, en el filme de James, los fantasmas se convierten en reliquias que los personajes heredan.
Relic tiene un argumento simple, pero no menos inquietante: Edna (Robyn Nevin) es una mujer de la tercera edad que vive por su cuenta. Su hija Kay (Emily Mortimer) y su nieta Sam (Bella Heathcote) intentan procurarla tras un incidente en que la anciana desapareció por unos días; a su regreso, evita hablar del tema con Kay y Sam, mientras éstas son acosadas por una entidad amenazante.
La secuencia inicial ofrece una visita al interior de la casa, la cámara sigue el correr del agua en las habitaciones y escaleras; se trata de una inundación que advierte el comienzo de un panorama oscuro, compuesto por Charlie Sarroff, cuya obra fotográfica encuentra una armonía entre colores fríos con la predominancia del color azul y sombras prolongadas para evidenciar que algo ominoso tras las paredes está apunto de escapar.
Limpiar entre escombros
La casa aparece atestada de objetos inservibles, si acaso guardan algún valor especial dentro de la nostalgia, a los ojos de Sam solo son basura. “Qué asco”, exclama la chica respecto al estado de la casa, el mismo que Kay trata de limpiar de forma obsesiva, pues el moho en las paredes resulta insoportable. Estas manchas componen las líneas visuales hacia habitaciones oscuras que ahuyentan a Kay como si se enfrentara ante un proceso doloroso.
La interpretación tortuosa de la actriz se explota en la abrupta transición de escenas que adentran al espectador a las secuencias más escalofriantes, donde aparecen, con planos holandeses, la descomposición de un cuerpo y la fachada de una casa descuidada. Dicha asociación es suficiente para comprender que las habitaciones oscuras son el indicio de algo negativo.
El recorrido de la cámara sobre el cadáver se repite al capturar los cuerpos de Sam y Kay recostadas en un sillón; de esta forma la directora presenta un paralelismo útil que revela la corrupción de sus protagonistas, porque admiten de manera implícita haber abandonado a un miembro de su núcleo familiar que necesitaba ayuda.
Incluso el retorno de Edna es tan repentino que la alegría de las protagonistas llega en escenas donde una pared o una puerta ocupan mayor masa visual, impidiendo ver los rostros de forma explícita. La directora es clara con sus intenciones, pues construye una narrativa impersonal, ajena como la relación de Edna con Kay.
La estética de los fantasmas
En innumerables escenas, Edna, Sam y Kay interactúan bajo una dirección que busca crear una atmósfera íntima, esto sin quebrantar el patrón que la directora ya establecía en su narrativa: nunca mostrar a las tres protagonistas en el mismo plano.
Ya sea por un cuadro dentro de otro cuadro o la masa visual de la puerta de un vestidor, Edna es desplazada y solo se percibe en segundo plano; lo anterior bien podría ser la estética del abandono o mejor dicho, la de los fantasmas, aquellos entes que pese a haber muerto aún permanecen entre nosotros, vestigios de una humanidad perdida extraña a la vida.
Hay una representación corporal de la ausencia que padece Edna, el moretón en su pecho, que también es una extensión de la podredumbre de la casa. Un recurso visual que nos remite al vacío del abandono, uno que crece desde dentro y carcome el exterior.
Aunque Edna no es la única que debe lidiar con una emoción vedada en su interior, Sam, quien podría considerarse como la boca de la película, finalmente expresa lo que Kay y ella misma evitaba: “¿No así como funciona, tu mamá te cambia los pañales y tú se los cambias a ella después”.
La memoria es un laberinto oscuro
Para Kay, la memoria es una prisión siniestra, mohosa y repleta de traumas. La directora opta por un encuadre inestable en el que aparece un umbral oscuro para evidenciar cuán dolorosa es la culpa de Kay, quien ha evitado cuidar de su madre; si lo anterior suena transgresor, Erika James halla la forma de hacerlo aún más agresivo con los cortes abruptos entre planos. Así se compone un andar incesante de recuerdos que cobran factura a Kay y le provocan noches de insomnio.
Por otra parte, Edna come y entierra las fotografías de su juventud en un acto solemne; la cámara registra el inicio del ritual en un plano general, y en medida que avanza el acto, los planos a detalle guían las acciones hasta un abrazo entre madre e hija tan impersonal que solo puede significar una certeza: ya es muy tarde para reconciliaciones.
Sam es la única de las tres que encarna de forma consciente el tortuoso camino de la demencia que padece su abuela, pero el espectador también puede ser víctima de los giros de 180 grados de la cámara, bajo el objetivo de construir el dinamismo de la locura.
El laberinto dentro de la casa es un recurso narrativo eficaz para representar una mente dañada por el tiempo; con el mismo objetivo que las manchas en el pecho de Edna y el moho en las paredes, el laberinto representa la idea de que una casa puede estar infectada desde dentro, desde sus habitantes.
El resultado de estos elementos conforma un complemento acertado. La directora decide aprovechar el horror corporal que ya gestaba desde la mitad del segundo acto, a través de los planos a detalle de las velas que rasgaba la abuela, la analogía perfecta para el desencarnado desenlace donde la piel comienza a caer para revelar al fantasma ennegrecido por la pena.
La culpa
La realizadora, en un destello de su calidad como cineasta, nos ofrece un cierre catártico con el agua, el mismo recurso narrativo que abrió la película. Las escenas iniciales, en las que una inundación recorre la casa, consolidan la exploración que James hace de sus personajes, quienes son desbordados por la culpa y el arrepentimiento de los vínculos familiares rotos.
Es el giro final el que termina de envolver al espectador en apenas un atisbo de la cámara, un plano medio fue suficiente para explotar en términos narrativos el signo que la trama utiliza como médula: las manchas. Es la aparición de estos moretones en el cuerpo de Edna y Kay lo que convence a Sam de que deberá afrontar una catarsis igual de descarnada con su madre.
Las vivencias de la vejez y las transgresiones de la juventud desembocan en un cúmulo de rencores y sentimientos cuya reconciliación es más que improbable, el único resultado es la culpa desmesurada, capaz de carcomer cualquier vínculo. ¿Qué es Relic? Es una herencia basada en la melancolía, dictada por los fantasmas que exigen nunca ser olvidados, con palabras tan inclementes ante la vida como el documento vivo del dolor que la directora nos relata en su filme.
Natalie Erika James podría pertenecer a la reciente ola de directores de cine de horror como Ari Aster y Jennifer Kent, con historias nacidas del duelo, traumas de la infancia, depresión y en este caso, remordimiento.
James no solo conoce la danza macabra de un buen relato de terror, la padece y la entiende a niveles tan personales que su película le preguntará al espectador si alguna vez convirtió a un ser querido en fantasma, si ha abandonado a alguien, o si uno mismo ya se ha convertido en reliquia.
16.11.20