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Relic: La senilidad como madre del terror

por David Basilio 

 

Relic: Herencia Maldita es la ópera prima de la directora japonesa-australiana Natalie Erica James. Un filme que se construye en el páramo del misterio y el terror más tradicional, con diferencias marcadas que la distinguen de los títulos más comerciales del género. A grandes rasgos, la historia narra la repentina desaparición de una mujer de la tercera edad que vive en medio del bosque, lo que lleva a sus familiares (madre y nieta) a trasladarse a la casa para aclarar el asunto. Durante su estadía descubrirán que existe algo en el vínculo hogar, madre e hija que es la causa de todo lo siniestro; algo que las une y las perseguirá hasta convertirse en cenizas. El planteamiento inicial se hace desde el suspenso. Lo que comienza con esta desaparición se convierte en una reflexión sobre el abandono que acompaña el envejecer y las relaciones rotas, aportando un factor emocional que cubre toda la historia y que solo será desplazado hasta que lo paranormal se haga evidente. La directora decide concentrarse en el desarrollo de las relaciones interpersonales en lugar de la insistente inserción de agresivos estímulos inconexos, ofreciendo un aura de seriedad a la historia. 

El título completo de la película inevitablemente nos lleva a pensar en la casa como guía y emisor del mal al estilo de Poltergeist (Tobe Hooper, 1982) o The Amityville Horror (Stuart Rosenberg, 1979), pero su lugar en la historia está más cerca del uso simbólico que se santifica desde Psycho (A. Hitchcock, 1960); ese contenedor de emociones y perversiones, la figura materna que atormenta al intruso o a quien habita ese espacio donde el pasado aterrador renace con más fuerza.   

La iluminación se mantiene lejos de la complejidad de clásicos como El Exorcista (W. Friedkin,1973), donde Owen Roizman se encargó de construir una de las imágenes más representativa del cine de horror y también de la cinematografía universal, ese day by night de la llegada del exorcista iluminado por un haz de luz desde la ventana de Emily Rose. La decisión de mantener el low key parece acertada, la penumbra no aporta mucho como sensación de peligro o misterio pero sí acota la atención visual, no te permite recorrer la casa, reconocer el espacio y perderte en su estructura, aspectos que serán explotados en las secuencias finales donde el espacio se vuelve por primera vez protagonista. Esta determinación lumínica se ve reforzada con la composición visual que se recarga en planos cerrados y las escenas contemplativas que enuncian los descubrimientos de los personajes

Por otro lado, la musicalización sigue la línea tradicional del género donde las cuerdas dotan de vértigo la narración, mientras que la sonorización del filme juega un papel fundamental para mantener el estado de tensión necesario, los sonidos ambientales son perfectamente incrustados ofreciendo acentos narrativos que distan de ser un mero truco para sorprender; cerrojos estridentes, el correr del agua, la madera que cruje en medio del frío bosque, teteras chillantes que surgen como el lamento de aquello que sigue velado. Este aspecto retoma el valor de los sonidos incidentales propios de la realidad, punto que directores y teóricos como Éric Rohmer ponen por encima de la música y los efectos sonoros que nacen del artificio.   

El argumento se vislumbra propositivo al plantear el terror desde una perspectiva donde la senilidad y el olvido son la representación de la tragedia. Esta analogía entre la marca de la bestia y la degeneración natural del cuerpo que deviene con la edad es emotiva, lo infernal es el melanoma que ennegrece el alma y la voluntad endeble del humano. Si bien la herencia tanto terrenal como espiritual son el vehículo del horror, el dolor emocional se mantiene por encima de la casa como objeto del mal y alejado del lado freak planteado en películas más perversas donde la maldición es genotípica más no energética, como sucede en Spider Baby (Jack Hill, 1967).

Dejando a un lado la obviedad, la directora decide explicar de manera indirecta el porqué de los hechos paranormales a través de un sueño premonitorio que conecta con un álbum de recuerdos de infancia, es a partir de esta secuencia donde los efectos especiales muy bien logrados muestran el lado visual perturbador. La postura refinada y muy clásica del maestro Georges Franju, quien plantea que el horror es poderoso cuando no se muestra explícitamente, ha quedado lejos en la mayoría de las historias modernas que abusan de este cinismo visual sin ser arriesgadas, como las películas Serie B, pero esta vez observar tajantemente el proceso destructor resulta edificante para la historia.

Las secuencias finales rompen brutalmente el suspenso dejando que el terror inunde la casa y los personajes sean trasladados a un laberinto para intentar sobrevivir a la fatalidad. Es en este punto donde los encuadres se abren y el espacio se vuelve partícipe, dejando la potencia en la desesperación claustrofóbica.

Al plantear un epílogo fundado en la aceptación en lugar de marcar el triunfo o la derrota del bien vs el mal, Relic ofrece el grado de veracidad cinematográfica que se requiere para trascender varios lugares comunes. Bajo esta perspectiva, desollar a una persona como acto de amor maternal no resulta grotesco ni exagerado sino pertinente.

La dificultad de hacer una película que cumpla la función de aterrorizar en una época donde internet provee horrores grabados en tiempo real 24/7 es titánica y generalmente imposible, así que presentar el terror a través de la sublimación de la vida podría ser el mayor diferenciador y acierto que tiene este filme. ¿Existe algo que perturbe a las nuevas generaciones tanto como envejecer? Tal vez no.

 

Relic se estrena en pantallas nacionales este 8 de abril.

Mr. FILME


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