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Marilyn y Flor de fango que papalotean

por Josefina Gámez Rodríguez


Pecan de inocencia, de crueldad intrínseca, de esquemáticas (¡no hay un solo encuadre, emplazamiento, movimiento oblicuos!) y a ratos de adormecer al público. No obstante, ambos filmes revelan cierta idea de la mujer y su farragoso endiosamiento ex aequo et bono.


Mi semana con Marilyn (Curtis, 2011) es un fetiche hollywoodense mucho peor y más triste que El artista (Hazanavicius, también 2011), primero porque llega completa desde el Reino Unido, y luego porque cuesta trabajo seguir mistificando la sensualidad de una de las damitas que con su talentoso culo, que medio se dejó ver públicamente, removió parte de la historia del cine.

Sorpresivamente nos encontramos con una familia que todo lo puede en las campiñas bretonas, donde su muchachito, Colin Clark (Eddie Redmayne siempre boquiabierto), siente la cosquilla del cine y va en busca de esa vorágine al único lugar donde se podia: los legendarios estudios Pinewood, la ciudad imperial de los sueños allá, en aquel islote europeo, vivo y obvio retrato de su madre californeana, la tentadora Hollywood.

El muchachito Clark es maltratado por la gente de la producción de Laurence Olivier (Kenneth Branagh dando el viejazo insoportable), la crema de la crema del cine inglés luego de la Segunda Guerra, hasta que le dan la peor chamba del mundo: asistente del asistonto en el set de El príncipe y la corista (Olivier, 1957), una película ya malita en sí y por sí misma.

Ya ahí, en medio del torbellino de la producción, Clark conoce a la diva divinizada Marilyn Monroe (Michelle Williams gran imitadora) y se le hace ser su tapetito por una semana. La mujer, rubia vampiresa, no deja pasar la oportunidad de accidentar la película con su extrañísimo método actoral –que incluye nana y toda una parafernalia que la reviste e inmacula hasta la náusea (¡hasta un periodista palero que provoca con preguntas ensayadísimas al gremio a suscribir la leyenda del Channel número 5!)–, ni de amolar de plano la vida sentimental del muchachito con su extrañísima manera de ser idiota, de dejarse amar como un objeto precioso.

Casi podría ser una versión amplificadora y pervertista de Las batallas en el desierto (JEP, 1981) –que luego fueron una desafortunada película de Alberto Isaac (Mariana, Mariana, 1988)–, o incluso más: una gran revisión-homenaje a esta gran actriz dadora de una monstruosa pero interesantísima semántica femenil, pero Mi semana con Marilyn prefiere papalotear con el misterio sesgado en el discurso visual que la pone en constante trance de drogas y ajena a toda realidad con sus lentes oscuros y vidrios refelejantes de coche; que la muestra distraída y genial a la hora de entregarse en el set; que nos brinda una hojeada a su intimidad victimizada por un Arthur Miller (nada más ajeno a la vida amorosa entre ambos, coronada con la grandiosa The Misfits de John Huston en 1961, escrita por Miller para el lucimiento de la Monroe), toda vez que nos deja ver que en su buró está la gran lectora del Ulises de James Joyce.

En general y como habría de suponerse esta semana con Marilyn cae en el lugar común: papalotea al verla como una simplona reina de belleza que a nadie, ni a ella misma, beneficia. Esta semanita con la güera es una larga y tierna masturbación con la virginal y etérea chava loquita que deja ver entre cortinas de melancólico esplendor de interiores y exteriores, quizá único acierto del film (habrá que agradecer al cinefotógrafo Ben Smithard), de qué salvaje manera los jóvenes actores nacidos entre guerras querían devorar al mundo, se apellidaran Brando, Dean, Presley, Fonda (Jane), Bardot, Jurado, Mastroianni, Belmondo o Monroe, que era igual de inteligente y capaz de todo como cualquiera, ya hay que irlo sabiendo.

El nuevo orden, el nuevo exceso, había llegado al cine con dulces caritas que anonadaron a tumultos y que se iban rebelando frente a ellos mismos, frente al fervor que los mecía y parece ser que los sigue meciendo al son de la admiración endiosadora y rezandera absolutamente fuera de lugar, casi insoportable, en este mundo donde la información está a pedir de boca, y donde las mujeres buscamos que nuestra imagen se baje del soso lirismo sexual asquerosìsimo en donde se nos quiere almacenar ¿amaestrar? de por vida (cfr. el escandalazo que se armó por menos de 20 segundos que apareció la playmate Julia Orayen en el maravilloso mundo del IFE y su circo de cuatro pistas) para seguir controlando, embelesando a la raza que también parece estar papaloteando.


Flor de fango (González Montes, 2011), por su parte, papalotea toda irregular como es, en el mito proteico de la puta en la filmografía mexicana. Queriendo ser Lolita (Nabokov en 1955, luego Kubrik/Nabokov en 1962, luego nada en 1997) con todo y su Humbert Humbert, que en el filme mexicano encarna el también boquiabierto Odiseo Bichir (Augusto Talanquer es el nombre de su personaje), que transita por un infiernito tampiqueño digno de recordarse, luego de que se embelesa con la nínfula Marlene (Claudia Zepeda aniñadísima), heredada cual vil objeto a su esposa entrada en carnes Ruth (la bella Claudia Ramírez); queriendo emular a su antecedente más cercano, el cursi melodrama arrabalero Flor de fango (Ortega, 1941) con todo y tanguito del mismo nombre interpretado por la voz de lo cruento poético en México, Agustín Lara (“justo a los 14 abriles/ te entregaste a la farra,/ las delicias de gotán…â€); queriendo ser todo esto además de la carta fuerte de la UNAM y el programa de apoyo para óperas primas, logró solamente ser una aburrida trampa de casi 120 minutos que ni logra ser una fábula con moraleja naturalista (hija de puta, puta será), ni ser todo lo escandalosa que quisiera ser (todo es semidesnudo pulcro o de plano ni se ve, ni se sugiere completamente y el beso prohibido es de cero truculencia), ni todo lo morbosa que calculaba mostrarse (el tour de force por el bajo mundo de Tampico es doméstico casi acariciable).

Es, eso sí hay que decirlo, un poquito de todo lo anterior más un amateur diseño de sonido y el manual de dirección a pie juntillas… calcúlese eso, amable lector, y tendrá la experiencia completa de un cuento donde el enamorado es un imbécil clasemediero de inteligencia que roza la medianía que, luego de enfrentarse al desvirgador profesional y monstruoso Genaro (Javier Escobar monstruoso)–capaz de gozar con el clímax del shockingbodrio llamado La otra virginidad (Torres, 1975), probablemente el elemento más atrevido del filme–, se queda dormido, mansito como él solo, a lado de su trofeíto subvertido, su niñita vuelta mala mujer, y es, por segunda vez, abandonado a su jodida suerte de pelmazo que parece merecer dicho castigo. ¿Quizá había la pretensión también de homenajear otras películas que tienen a Tampico como su escenario, Tampico (Martínez, 1972) con Julio Alemán y Tampico (Mendes, 1944) con Edward G. Robinson, entre las más destacadas?

Esta Flor, no como la magnífica en otomí de Luisa Riley, papalotea en todo. Es más cualquier anécdota pertinaz en formato televisivo que una película sobre los impávidos primeros pasos de una doncella que todo trastoca hacia su perdición, y me lleva a preguntar sobre la evidencia que quiere dejarnos ¿de verdad se cree que la prostitución se da por convición o llamado ancestral?

Todas las mujeres en esta película cumplen con un modelo telenovelero insoportable. Todos los hombres también, menos el protagonista que es un verdadero cabeza dura que ni en sus sueños puede triunfar y al que se le da un final con crepúsculo industrial y el sonsonete de Historia de amor, como si deveras, solo ante el mundo que, a los cuarentaytantos se da cuenta, es bien perversote por más que se le quiera ver la linda carita bonitilla.


Así en la cartelera actual usted puede ver cómo las condenadas mujeres tientan sin mediación a los pobrecitos humanos machos, Marilyn a un quintito morfobiológico, Flor a un quintito moral. Ambas con los mismos resultados: mistificar la vacua idea de lo femenino circunstancial.


10.05.12



Josefina Gámez Rodríguez


@PepitaGamez

Maldecida por la conjunción de sus padres, está destinada a desgarrar filmes para ganarse la vida, mientras gusta de prostituirse como divertimento cultural. Si de rostro bizantino, su maquinaria torácica pasa atrevidamente por lo más vanguardista....ver perfil
Comentarios:
22.05.12
Alejandro dice:
Leer un texto de hueva sobre dos películas de hueva. No más.
comentarios.