por Beatriz Paz Jiménez
Difícilmente una película o modos de vida aislados pueden responder a ello, pero al menos, vale la pena tirar los anzuelos. Sin redención del todo, pero con una buena selección de casos, fotografía orgánica con planos superpuestos muy a la old school, candencia sonora y un montaje que la vuelve verdaderamente un viaje de las ciudades a los paraísos naturales y de vuelta, Estradeiros (Pinheiro et Oliveira, 2011) es un documental que deja ver las diferencias entre lo viable y lo menos viable, poniendo acentos sobre la importancia del trabajo colectivo, y que cierra con luna y mañana, acusando hacia las preguntas sobre la mesa.
Imagina que haces tu ropa y accesorios, que no gastas en comida y que tampoco lo haces en transporte. Que intercambias cosas por el camino hacia todos lugares, tus hijos andan descalzos, vives en el bosque, haces música, bebes vino, fumas tabaco y marihuana. Imagina que cantas alrededor del fuego, que bailas, que hay luna llena y todos comparten la fiesta. Imagina que es el 2012 y tú eres parte de una forma de vida que se extiende como una postura anti corporativismo; versus opresión pero en pro del contacto consciente con la naturaleza.
Sin embargo esta fórmula extendida es parte del sistema al que aqueja, y es más una moderación de los consumos que un rechazo absoluto a ellos, pues sus miembros portan pequeñas televisiones o radios, viajan sobre ruedas o en avión, consumen las sustancias de la ciudad, duermen en sleeping bags, utilizan luz eléctrica, celulares, etcétera. A lo largo de un viaje hecho de pequeños viajes con grupos diversos que siguen estas prácticas antineoliberales en Argentina y Brasil, las diferencias se matizan y los compañeros que van de fondo –aquellos que seleccionan su comida entre los desechos de las cadenas de supermercados, que recolectan objetos aún funcionales en un depósito al servicio de la comunidad, hacen música que ellos mismos distribuyen y se siguen planteando metas de tipo social– comparten el escenario con aquellos que están más interesados en viajar y hacer quilombo, vender artesanías, o con quienes forman familias y viajan con sus platos y sartenes hasta establecerse en una vida más regulada pero finalmente insatisfactoria del todo… Estos grupos heterogéneos, a final de cuentas, parecen coincidir en su apariencia y en su anhelo de vivir relajados o en resistencia a los prejuicios sobre lo que vivir significa, y, la mayoría salvo los recolectores y medianamente los malabaristas y cirqueros, buscan ir fuera de las urbes y sus problemas, más allá de las sociedades que lavan sus almas con un poco de T.V. nocturna y comida rápida.
A diferencia de la generación hippie de los 60 y 70 estos grupos se ven débilmente politizados, su pugna es más espiritual pero muchos de ellos van sin el rigor corporal que esto sugeriría a buscadores menos experimentados en sustancias y más en ejercicios trascendentales. El contacto y apoyo a organizaciones indígenas, obreras, campesinas, sindicales, de diversidad sexual, está muy focalizada entre los distintos sectores tribales, como en todos lados, a algunos les interesa y a otro nada más de oídas. Además, la presencia de personas de la tercera edad, es mínima, dejando clara la vulnerabilidad de éste estilo de vida que, finalmente, sí requiere dinero. Podría decir, personalmente sobre los bloques neo tribales nómadas, que son una muestra del descontento global ante el corporativismo, pues los llamados “ciudadanos universales†que los conforman son de aquí y de allá; más su forma de vida es llevada a la práctica en el modo casi programado del andar a las orillas, pero desde dentro.
¿Habría que hacerse cavernario absolutamente para salir del sistema de consumo voraz? ¿O tendría que amalgamarse una voluntad social en pugna por la restauración y el respeto a la diversidad, a los entornos naturales? ¿Es viable convertirnos en sociedades campesinas basadas en el intercambio, capaces de crear contenidos mediáticos que fomenten la libertad y el progreso humanos? ¿Los horarios de vida son metas por superar, no sólo en cuanto al trabajo y al entretenimiento, sino en cuanto a los procesos mismos de institucionalización? ¿Estaremos listos para esa verdadera anarquía donde el gobierno de todos sea la dignidad asegurada, donde las necesidades estén resueltas, la cultura sea libre y la naturaleza parte de nuestro legado a las siguientes generaciones, así como un bálsamo para el día a día? ¿Para bailar con música viva en torno a una hoguera como un símbolo de verdadera libertad y no de emancipación controlada por las aduanas y los militares?
8.06.12