por Bruno Bazin
El tercer largometraje del neozelandés Andrew Dominik es una brutal alegoría sobre el actual escenario mundial: el control de la totalidad social por parte de los corporativos, su influencia y su mayor deidad, que claro está es el gran capital. Momento social que está por supuesto alentado, propuesto y reafirmado por las “buenas intenciones” de los ideales más tradicionales de los norteamericanos.
Tras mostrar el virtuosismo de su mano sobre la técnica cinematográfica en El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (The assassination of Jesse James for the coward Robert Ford, 2007), Dominik corrobora su estatus de autor con Mátalos suavemente (Killing them softly, 2012) donde le importa muy poco la corrección política. Ataca directamente el mito del sueño americano a la vez que a sus modelos más primarios, donde no son la esperanza ni la libertad las que han forjado a Estados Unidos sino la sangre y la avaricia. Claro, a final de cuentas, diría la familia Corleone, “nada es personal, sólo son negocios”.
Mátalos suavemente es de una factura corrosiva, es una obra anti-establishment que presenta al orbe actual bajo una inflexión de géneros (llámese de gánster, suspenso, el western más básico o incluso la tragedia), donde hasta el bajo mundo de las mafias (reflejo del alto mundo de la cámara de representantes) está estúpidamente atascado en una burocratización absoluta.
Crítica a la ignorancia del mundo empresarial que todo lo compra y vende, incluso la vida, a través de lo que podríamos llamar “obras de infraestructura” (asesinatos) totalmente inútiles, pone el dedo en la llaga del vulgar gringo promedio, tanto, que derriba la figura del padre de la patria norteamericano, Thomas Jefferson (no Washington), llamándolo poco menos que mentiroso, donde la gran ilusión de la unidad y del “in god we trust” se vienen abajo en un momento de lucidez en boca de los antihéroes del filme: cada quien cuida su espalda, todos están por su propia cuenta.
Andrew Dominik se coloca en el momento en que Barack Obama comienza su segundo periodo y lo rescata constantemente, para precisamente, dar cuenta de la ingenuidad del funcionario (por no decir otra cosa) y cuestionar sus palabras con las acciones de los rufianes protagonistas en pantalla. La administración pública con su devorador discurso, que cobra miles de vidas, es carente de cualquier contenido.
Mientras Tarantino sigue rumiando géneros y obras de otros cineastas –pensando en su Django sin cadenas (2012)– Dominik arranca su esteticista vehículo cinematográfico desde una genealogía de la que ambos forman parte, pero el realizador de Chopper (2000) la cita y la despedaza, refresca el linaje al cual pertenece (desde Killer`s Kiss hasta Los Soprano) y se da el lujo de continuar la envejecida obra de Scorsese (cfr. Buenos Muchachos, 1990), mofándose también de Quentin (cfr. Perros de Reserva, 1992), todo en la escena cumbre del filme, llena de lirismo, de sangre y plomo.
Killing them softly tiene un argumento que no se ve hoy en día en cualquier producción estadounidense –nótese que entre muchas otras, Annapurna (The Master, P.T. Anderson, 2012) y The Weinstein Company (Silver linings playbook, David O. Rusell, 2012) son dos casa productoras envueltas en este proyecto. El guión de la película sí se preocupa por la acción significante tanto como por el conflicto dramático (no únicamente por vender palomitas), da tiempo a que el problema surja y el drama se establezca; estos elementos se apoyan en un preciosismo tanto de diseño como de cinefotografía, al lado de un soundtrack que recoge, por ejemplo, un lejano tiempo sórdido cortesía del Velvet Underground, o al último y más apocalíptico Johnny Cash. Con todo esto encima, Mátalos Suavemente se convierte en una pieza imposible de pasar por alto.
20.03.13