por Julio César Durán
Un plano en picada. Una pequeña construcción de madera, hecha con ramas e hilos de tronco. Un vagabundo bastante venido a menos construye una torre con pedazos de palos. Oserva la edificación, la mira detenidamente, ve como la luz y el polvo la rodean y la atraviesan. Hasta aquí el punto de vista, el primero que nos da la película es casi en primera persona, estamos viendo a través de los ojos del “sin techo”, acto seguido el personaje destruye la torrecita. Así inicia la nueva película de Hari Sama que lleva por nombre Despertar el polvo (2013).
El realizador, quien tras la sencilla pero poderosa El sueño de Lú (2012) continúa con una obra que parece ser la búsqueda tanto estética como espiritual de un cine personal, ésta vez colabora con personas del Campamento 2 de octubre, con un conjunto de personajes de la vida real sumados a un puñado de actores.
Tras las secuencias iniciales, donde el espectador se encuentra con el protagonista atravesándolo, un ojo-narrador aparece como un mero testigo, casi un observador oculto que todo el tiempo está detrás de algún objeto, detrás de un muro o una columna, no sé si temeroso o tímido.
En un tono completamente documental (sin serlo), la cámara sigue al personaje principal, Chano –se trata de un no actor–. Lo persigue a escondidas, camina siempre detrás de él y cuando aquel se detiene, el ojo se queda tras algún objeto. Nuestro harapiento vagabundo, en su cotidianidad es parte de un collage urbano, lleno de formas ásperas. El narrador que nos lleva tras los pasos de este individuo es un testigo que no juzga, que observa y transmite, claro desde una postura y punto de vista, pero no coloca juicios sobre el ambiente o trama, que hasta la mitad del filme es algo que se va buscando.
Hari Sama y el fotógrafo José Casillas sacan todo el jugo posible a partir de la sobriedad de sus encuadres, aprovechan lo sencillo del paisaje y los escenarios urbanos, locaciones reales, para presentarlos en toda su natural belleza, a veces barrocos a veces áridos; éstos terminarán siendo el universo de Chano, quien en su constitución de desposeído, casi podríamos decir que planea por la cara conflictiva de la delegación Iztacalco del Distrito Federal, donde él será una especie de sombra sagrada quien a pesar de encontrarse siempre presente, es ajeno a las miradas de dicho mundo, no así para nosotros.
Llegada la primera media hora de la película termina lo que podría ser el primer movimiento de ésta pieza visual, toda realizada como docuficción, con personas reales interactuando en un argumento simple. Tras el (re)encuentro de Chano con Rosa, mujer con un hijo metido en problemas penales (acusado de abuso sexual y homicidio), el protagónico nos aparece transfigurado en un antihéroe que intentará por todos los medios salvar al joven ahijado (tal vez vástago) que se encuentra ahora en prisión por la “mala leche” del Comandante López (un verdadero hijodeputa dicen los corruptos policías del filme). Así comienza un drama absolutamente ficcional que continúa aprovechando al mundo real para su propósito y para el bien construido estilo de Despertar el polvo.
Lo que comunica los dos movimientos del filme y al encore (el casi documental, la ficción y el extático), serán, por un lado que el ojo-narrador permanecerá ocultándose, acechando una historia que poco a poco irá apareciendo y recrudeciéndose; por otro lado, un humor casi místico que el rústico Chano carga consigo de principio a fin. Tan es así ésta última parte, que lo primero que vemos en pantalla es una cita de la santa cristiana, Juliana de Norwich: “Sin is inevitable, but all shall be well, and all shall be well, and all manner of thing shall be well”.
Al comenzar lo que claramente es ficción, el ritmo se acelera, los movimientos de cámara se vuelven más rápidos y bruscos, la mirada sigue escondida, sigue testificando, pero con menos solemnidad ante el personaje. Aquí el argumento gira hacia un mundo más agresivo, más sórdido, estremecedoramente verosímil.
La violenta odisea que sufrirá Chano, como en el primer Passolini, será de expiación espiritual, se tratará de una furia casi sacra. A través de la representación del sistema policial y de justicia, clásico de casi cualquier gran urbe, donde todo es parte de un engranaje podrido y vicioso. La película no denuncia, no moraliza, simplemente maneja un arrebatador lugar con toda su suciedad para la iluminación de un ser.
Chano, un personaje que no estaba dentro de la red de corrupción y violencia (no tenía nada, salvo algunas simples posesiones), entra de manera casi involuntaria a aquel universo, regresando un favor o expiando un pecado del pasado. Cuando ingresa parece tener o adquirir una dirección (antes no) y un camino que recorrer, únicamente para perderlo todo, incluyendo una posible familia que hacía tiempo no poseía. Recordemos que la pequeña torre construida al principio, sin sentido, es destruida.
Con el viaje y la pérdida, el Chano antihéroe parece iluminarse. Se despierta en principio a un viejo oxidado, a un personaje en ruinas que deviene en el disparador de una violencia latente/presente debajo de la urbe; se le activa, se le pone de nuevo en escena para, aparentemente, nada. Un ermitaño al inicio, después el martirio del santo/guardián que termina en conocimiento de la contingencia: un iluminado.
27.02.13