por Rodrigo Martínez
Zócalo de mil personas prosaicas: transeúntes y trabajadores; barrendero y camarada; guerrero azteca y electricistas en protesta, de electricistas divulgadores; de electricistas, ahora sugeridos, que experimentan el voraz ayuno de una huelga de hambre. Zócalo de un chamán ciruela de pasa que purifica a los andantes con incienso y náhuatl. El ir y venir de aficionados en pleno día de Mundial contra-sonorizado por esas decididas explosiones orales de resentidos seres comunes que habitan el descontento. Mitote (Polgovsky, 2012) como proyecto de reflexión audiovisual que deviene simulación de las enajenaciones de una época.
En sendos días futboleros, Eugenio Polgovsky (1977) registró personas, actos y situaciones para ofrecer un mundo de detalles al extremo. Universo de seres y cosas fragmentados, la imagen recupera gestos, testimonios, peatones, recortes de periódicos, pancartas, frases y, sobre todo, testimonios y afanes verbalizados o gestualizados en esa extensión de concreto que, a fuerza de la repetición, consigue la impresión de que el espectador acude a un lugar de tiempo suspendido, que bien podría ser el inasible curso histórico de esa nación representada por la plaza pública.
La poética de la cámara cazadora, ajena a los encuadres líricos de Los herederos (2008), ofrece una simulación de esos instantes al reproducir el espacio con encuadres cerrados y escudriñadores, o con desplazamientos agresivos que revelan oraciones de protesta y situaciones sociales que, como ocurre con ese chamán dicharachero (casi un leitmotiv si no fuera por el Zócalo mismo), conciencia sin instrucción, pero con mirada atenta a las evidencias de la desigualdad.
Más allá de este inventario atestiguado, Mitote funda su expresión en un montaje de símiles, ensamblado siempre con insertos, que van de los hechos y los personajes a las máscaras y las esculturas de civilizaciones antiguas. Discurso de símiles redundantes todo el tiempo (la misteriosa pieza Olmeca), la película concreta asociaciones altamente significativas como ese recorrido por iconografías de la izquierda, con cortes directos y sonido de campanario en off, hasta lugares comunes como las yuxtaposiciones de noticias (caso Luz y Fuerza del Centro) encubiertas por la sesión futbolera y sus vástagos publicitarios (“Sony Make Believeâ€).
Mitote parte así de una pretensión ensayística con fines y tonos descriptivos, irónicos, expositivos y patéticos para dar lugar, más bien, a una crónica audiovisual. A pesar de ser ensayo no concretado, y de sustentar un nuevo centralismo que echa mano de la figura del Zócalo y del background mexica, como si no hubiera en México otras regiones y civilizaciones, el mérito del mediometraje es la idea misma de documentar, hinc et nunc, esos días de fervor futbolero para mostrar formas de enajenación.
Y con todo y la inexplicable secuencia abultada del son metalero de guitarras eléctricas para enumerar toda clase de máscaras prehispánicas, la virtud de la película es la cámara misma que intenta construir una mirada. Cámara que deseó hacer de la imagen esa política sugerida por el cronista Martín Caparrós que consiste en buscar la “maravilla en la banalidadâ€; es decir, Mitote es el esfuerzo expresivo para lograr que los espectadores se interesen en algo que antes no llamaba su atención.
Por eso ocurre ese instante final de música sacra, como de paz y comunión, en el momento de la explosión enajenada de ese público en celebración futbolera; por eso Mitote es la falaz realización de una identidad que aparece, incluso, vuelta de cabeza como ese Ángel de la Independencia que luego se va a negro con melodías de organillero tradicional.
26.02.13