Una película, dos lecturas
por Fernando García
En México, la comedia se ha utilizado por aƱos como una manera de atenuar la cruda realidad que vive el país a causa de la violencia, la pobreza y los conflictos sociales. Es una herramienta catártica que utilizamos para sobrellevar el día a día. El mexicano se ríe de su miseria, se burla de sus problemas y percibe la vida caótica de las ciudades como un evento único, digno de ser exaltado, así es como procesa el dolor de ver nuestro país desarrollarse en un ambiente de conflicto.
Carlos Cuarón parece utilizar este recurso de forma arriesgada en su último largometraje Besos de azúcar (2013), presentado en la Sección Oficial de Largometraje Iberoamericano en Competencia del 28 Festival Internacional de Cine en Guadalajara. Y me refiero a arriesgada porque el segundo largometraje de Cuarón puede llegar a tener dos lecturas, una favorable y otra peligrosa.
Por una parte, Cuarón relata una historia de amor imposible. Nacho, el personaje principal es un adolescente que creció en una familia disfuncional que se enamora de Mayra, la hija de La Diabla, la mujer más temida del barrio a quien el padrastro de Ignacio le rinde cuentas. Los padres de la joven pareja intentarán a toda costa frustrar la relación de los niƱos, evocando una sensible versión de Romeo y Julieta que alcanza a conmover al final de la película.
Por otro lado, Besos de azúcar aborda una de las problemáticas sociales más impactantes del país: el abuso infantil. Ignacio y Mayra son tratados como delincuentes al expresar su amor, que carece de malicia. Ellos son víctimas de agresiones físicas y verbales, incluso perseguidos con armas de fuego. Nacho es encerrado en su cuarto sin probar alimento, mientras que Mayra es golpeada por su propia madre al enterarse que tiene una relación sentimental, además de ser víctima de abuso sexual por su propio hermano.
Los dos niƱos viven en un ambiente hostil y adverso, en el que no existen los valores morales; la promiscuidad, violencia, prostitución y el crimen organizado son elementos cotidianos con los que estos dos niƱos tienen que lidiar.
Lo esperado sería verlos en un contexto social y denunciante, pero Cuarón contextualiza estos abusos en una comedia. Esta decisión puede ser un arma de doble filo. La relación de estos temas sociales con la comedia pueden llegar a ser una herramienta catártica para asimilar la situación, pero también puede derivar de una forma inconsciente a la aprobación y fomentó indirecto para este tipo de comportamiento.
Es debatible por supuesto, pues existen casos como la violencia en el cine de Tarantino, quien asegura que sus obras no repercuten en las acciones de los espectadores. Pero el asunto, en esta ocasión es contrario, estas acciones de violencia y abuso infantil no vienen de la película, si no que ya están encarnadas en la sociedad y han alcanzado la pantalla grande.
No es únicamente el tema del abuso infantil, si no la serie de personajes cliché que presenta la película. Existen los policías corruptos, la familia disfuncional en pobreza extrema o la mujer voluptuosa, que representa el epítome del mal gusto, son imágenes del México que ya están estereotipadas.
Parecen caricaturizadas, y aunque alguien debata que México no es así, está mintiendo. Besos de azúcar es el claro ejemplo de que la problemática nacional ha trascendido social: se ha convertido en una forma de entretenimiento.
Finalmente, el otro lado de la moneda muestra la historia de un niƱo que a pesar de vivir en un ambiente tan perjudicial como éste, se mantiene firme ante cualquier adversidad, aferrado a un ideal que lo llevará a alejarse de este ambiente tan daƱino y perjudicial. Desgraciadamente, esta parte de la historia es la ficticia, pocas veces ocurre en el drama de la realidad.
05.03.13