por Daniel Valdez Puertos
No hace mucho que el nombre de Béla Tarr resuena en las paredes de las mentes cinéfilas. Aunque con más de 30 años de distinguida trayectoria a cuestas, apenas las miradas críticas y culturales voltean en dirección a su obra. Quizá porque la dinámica informativa de nuestra era, quizá porque recientemente sus filmes se han distribuido en formato dvd, quizá porque estamos experimentando una suerte de revalorización en el arte cinematográfico.
Así es que podemos celebrar el ser testigos de un cine que recoge los estilemas de una época pasada, ergo, gloriosa. El caballo de Turín último opus de este realizador húngaro (último en el conteo de su filmografia y último en su vida, según declaraciones de su propia voz) parte de la anécdota que se antoja simbólicamente metafísica, de cuando el filósofo alemán, Friedrich Nietzsche, cae preso de locura en el acto de abrazar en quebranto doloroso a un caballo que yacía fustigado por su dueño. Con este precedente de “trascendencia” histórica y sensacional, cual si hubiese sido relato amoroso entre un filósofo y un caballo, es que la interrogante se impone: Todos sabemos qué pasó con Nietzche… pero ¿y qué pasó con el caballito? Esto, afable lector, es lo de menos. Lo manifiestamente importante es el cine de Béla Tarr y los seres que deambulan en ese allende Turín de finales decimonónicos. Un viejo campesino tuerto, manco y cansino que habita en una desolada choza con su hija-madre-esposa. Ambos combaten el inclemente ventarrón que acecha en el exterior, mismo que bofetea cada mañana a la hija en su curso al ir por agua, que impide al anciano ir a trabajar, que atemoriza al caballo declarándose prácticamente en huelga de hambre. Como si las cosas no pudieran estar peor, en este embate, surge una amenaza más, la llegada de facinerosos gitanos que arrojan maldición sobre el pozo que se secará por ser corridos con violencia.
Este cuadro de miseria, estructurado en seis católicos días, porque el séptimo es de descanso, nos cuenta simplemente las condiciones de existencia, en toda la densidad del tema. La austeridad como condición ahora sí metafísica de un estilo de vida. El Ser por ser y actuar así en consecuencia. La cotidianidad en ascesis frontal. La estética del hambre y la violencia (cfr. Glauber Rocha y mucho del cine latinoamericano) de un viento y un caballo que no deben por qué saber sobre las necesidades humanas. Y así, la belleza que se puede extraer de todo ello, preciosa y poética imagen de largo aliento, cuidadosa composición, plasticidad siempre insuperable del blanco y negro. Un tipo de cine postDreyer, postBergman, y por sobre todo postMiklós Jancsó, ese gran olvidado.
Si no me creen, los conmino a seguir la siguiente dieta durante seis días. :
Para el desayuno un medio vaso de pálinka, un brandy de frutas muy húngaro. Para la hora de la comida: una papa hervida, pelada con la mano izquierda, y aderezada con sal al gusto. Y ya.
Textoservidor. Lic. en Técnicas de la alusión con especialidad en Historia de lo no verÃdico. UNAM generación XY. Editor en Jefe y cofundador de la revista F.I.L.M.E. Fabricante de words, Times New Roman, 12 puntos. Es....ver perfil