por Marco Aurelio Del Mezcal
Con la más reciente pieza cinematográfica de Sally Potter, a quien recordamos por Orlando (1992) y Yes (2004), la autora vuelve al terreno de la mirada sobre la feminidad y la mirada femenina –que son dos cosas bien distintas. Ginger & Rosa (2012) es una cinta de época, tan personal como lo puede ser cualquier obra de la veterana directora británica, y aborda las maneras de madurar de una joven, la Ginger del título (hermosa Elle Fanning), en los años 60 del suburbio londinense con todo y la paranoia nuclear, el activismo político, la sexualidad adolescente; pero más aún, a través de la amistad que comparte con Rosa (Alice Englert), otra chica con la que festeja, como aniversario de su natalicio, el mismo día de la destrucción atómica de Hiroshima.
La película va saltando, casi episódicamente, en las nuevas formas de vivir que Ginger va descubriendo poco a poco, desde una concepción atea del mundo, pasando por grupos de activistas políticos, hasta el disfrute de un soundtrack que nos llevará de la mano por el jazz –con sendas piezas de Monk y Davis por sólo mencionar a un par de los genios presentes en el filme– y el folk de la década sesentera, faceta que tanto ha ignorado el cine angloparlante en pos de los íconos pop.
Las dos chicas van desarrollando personalidades distintas. Rosa, por un lado, va acrecentando su fervor católico a la vez que sin mayores problemas comienza y mantiene encuentros amorosos con múltiples jóvenes (incluso con el padre de su mejor amiga); Ginger, por su parte, es más “inocente†y se ve afectada tanto por los problemas del mundo como los caseros, a la vez que va encontrando en la poesía una forma de catarsis. Hacia la mitad de la película Rosa va perdiendo peso y relieve, así que el personaje principal termina siendo Ginger, quien desde su exploración del mundo nos lleva de la mano por la obra entera. Sin embargo la percepción de ésta última con todo y sus aprehensiones nos van mostrando un mundo lleno de detalles, de claroscuros, de sonidos que siguen apareciendo como nuevos y vibrantes a más de 40 años de haberse creado.
También, como todo hito en las historias personales de cada ser humano, tendremos una dialéctica interior/exterior. A partir de lo que viene de fuera, de lo otro, de lo externo es desde donde la vida de la protagonista se va a redefinir y va a encontrar un doloroso punto de fuga en su propia manera de sentir el mundo. Con todo esto encima, Ginger tendrá la ventaja de contar con un coro de padres de pensamiento progresista (si me permiten el adjetivo), entre otros Timothy Spall, Annette Bening y Oliver Platt, quienes resultarán en un empático soporte argumental que supondrá una guía para poder continuar el tortuoso camino de una joven existencia.
Ginger & Rosa, termina siendo una historia sobre encuentros y desencuentros; sobre hallazgos vitales y decepciones; sobre responsabilidad, amor y deseo; todo encuadrado en las texturas capturadas por Robbie Ryan –quien ya le ha fotografiado a la increíble Andrea Arnold–, y en la avidez de un mundo que resulta tan acechante y perturbador como emocionante, al que una adolescente a punto de llegar a su edad adulta se verá poco a poco confrontada.
25.06.13