por Praxedis Razo
Cuando Pedro Almodóvar comenzó a filmar largometrajes, a finales de la década del 70, lo hacía desinteresadamente, según mi humilde opinión. Ya títulos como Folle... folle... Fólleme, Tim! (1978) lo declaraban todo: se trataba del trabajo de un director que quería ser recordado como un humorista sensasional en aquella península que comenzaba a desbordarse.
En algún momento dado el público conocedor comenzó a darle mucho más crédito del que él mismo necesitaba, y pasó al cultismo loco de un hombre cuya voz debe ser escuchada en silencio, cuando realmente él se obstina en seguir siendo un humorista sencillo.
Ejemplo de ello, Los amantes pasajeros (2013), pieza que ha sido calificada en general (por algunos almodovarianos) como menor y de ahí para abajo, lo cual es una injusticia, pues el director no ha hecho otra cosa que volver, trémulo, al camino andado de hacer caricaturas de su tiempo medio obvias, medio intelectuales que le rindan frutos y que, de paso, puedan hacer reír al espectador... o, ya de plano, pensar.
Dentro de un avión llamado Chavela Blanca que no llegará nunca a la Ciudad de México (debido a que un torpe técnico –Antonio Banderas de tres minutos– enamorado de una torpe maletera –Penélope Cruz de dos y medio– atora uno de los puentes de aterrizaje) se define la crisis española de un homosexualismo enclosetado insoportable, de un ninfomanismo procaz y bestial que no va a ningún lado, de una falsa virtud adivinatoria, de un cuelloblaquismo angustioso y, sobre todas las cosas, de un clasismo muy evidente que se convierte en un dechado de situaciones-gags ramplones que, didácticamente ponen a su director, escritor y hermano de productor (todo lo que es Pedro Almodóvar), en una posición pseudocrítica frente a su país que queda menos que reducido a un mal chiste (so excited!) y más nada.
De todo lo que pasa en la clase ejecutiva de ese avión de la línea Península, los azafatos (ese trío de afeminados que gozan de una muerte inminente) son una de las mejores cosas de la película; detrás (sí, detrás) de ellos está el mejor Pedro Almodóvar, el auténtico que puso a cantar a un Bosé enseñoritado en Tacones lejanos (1991), mientras que el peor y menos logrado está en la construcción de personajes como la exdominatrix Norma Boss (Cecilia Roth que nunca sabe qué hacer) o el asesino a sueldo que quiere homenajear al México que cree conocer, Infante (José María Yazpik que ni lee a Bolaño ni da sentido a sus gestos).
Así como aterriza el avión, por cierto en off, fuera de campo, mientras recorremos los pasillos de un aeropuerto abandonado (¿?), así queda por el momento la carrera de este cineasta que en algún tiempo disfrutaba de hacer cine, y que, con este filme, vuelve a experimentar ese gusto incomprendido.
por Fernando García
Es bien sabido que muchos críticos consideran que Almodóvar está sobre valuado, su estilo histriónico que lleva el género hasta los extremos no es digerible para un ojo rigurista y estricto. Conforme pasaban los años se notaba en Almodóvar una evolución y madurez significativa en respuesta a este tipo de anotaciones. En los últimos años el director ha entregado un cine más pulcro en forma y estilo.
En recientes películas del director se ha visto una clara intención de trabajar el género, si bien en Todo sobre mi madre (1999) empezó con el melodrama, fue en Los abrazos rotos (2009) que abordó el género por completo y lo exploró hasta sus límites, lo mismo sucedió con La piel que habito (2011) en la cual recorrió el suspenso y hasta los tintes del terror. Por lo tanto, era hora que el director regresara a la comedia.
Una de las críticas (o más bien quejas) que se ha visto de Los amantes pasajeros, el último film del cineasta, es que carece del humor absurdo que lo caracterizaba en sus inicios, cuando la trasgresión era su principal cualidad. La crítica especializada, específicamente la española, no solo se quejó sino que hizo una campaña de desprestigio hacia la película tras sus principales pases de prensa en Madrid y Barcelona. Según los números, Almodóvar perdió aproximadamente el 55 por ciento de sus espectadores habituales el segundo fin de semana de proyección.
Cuando Pedro Almodóvar anunció Los amantes pasajeros, todos su seguidores se encontraban extasiados; esperaban reencontrarse con ese Almodóvar libre, simple, absurdo y sobretodo audaz. Así sucedió, pero al parecer no cumplió las expectativas, por lo que me puso a pensar: ¿Qué esperamos de un director?
El filme desde un principio se concibió como una película simple, sin pretensión alguna y con el simple objetivo de divertir. Así lo quiso el director y por lo tanto eso es. Es una película caótica, con personajes caricaturescos y exagerados que no ven más alla de su propio estereotipo, mas sin embargo esto no la hace una mala película.
¿Qué se esperaba que Los amantes pasajeros fuera? ¿Por qué el constante desdén a una película cuyo principal objetivo era divertir? Muchas de las críticas se enfocan al estilo “simplista y cliché”, que no es “digna del humor gay” y que simplemente “no da risa”.
El último film de Almodóvar tiene dos virtudes: es una película simple (la simplicidad hoy en día es una gran virtud) y además es una película sincera. El personaje de Javier Cámara es primordial para tomar Los amantes pasajeros por lo que es, pues aquel y el mismo Almodóvar son uno mismo en esta ocasión. Para ambos la prudencia de callar y guardar, simplemente no existe. Es así como el realizador español se asoma mediante sus personajes, el director no quiere saber más de la prudencia, de lo socialmente correcto y este film es su respuesta.
Pareciera ser que este respiro del director fue una catarsis creativa, resultado del rigor que intentaba manejar en sus antiguos filmes. Los amantes pasajeros es, si ustedes quieren, un capricho de director, un capricho creativo o una liberación artística. Y la pregunta continua ¿Qué quiere el espectador? ¿Quieren ver a un artista riguroso? ¿Un Almodóvar permanente? Eso es imposible, pues el arte como la vida misma es evolutiva. De lo contrario no veríamos futuro si no respiraríamos pasado.
Los amantes pasajeros no es una película extraordinaria y dista mucho de ser la obra maestra de Pedro Almodóvar, pero es Almodóvar al 100 por ciento. Y si usted dista de ser fan del director Manchego y salió refunfuñando de ver esta película, ha vivido en la pretensión.
Pedro Almodóvar arranca Los amantes pasajeros con un interesante planteamiento, creando personajes divertidos y con peculiaridades un tanto exóticas. Mediante el juego carnavalesco que se desarrolla durante el vuelo, el director construye un entorno cómico que a su vez representa una trama compleja, en donde el comportamiento humano cambia radicalmente frente a una situación fatal que llevará a los personajes a liberar sus deseos sexuales reprimidos.
Con una visión desvergonzada, Almodóvar lleva el frenesí sexual a través de diferentes visiones del mundo, según cada uno de los heterogéneos personajes. El reclamo principal que podría hacérsele a la película es la reiterada apuesta por el chiste simplón (como confundir llamadas con mamadas), buscando la risa inmediata, en donde la puntada da chispazos de aquel humor bien construido mediante los diálogos y los gags al que nos tenía acostumbrados Almodóvar en sus últimas producciones.
Como bien apuntan anteriormente, en Los amantes pasajeros encontramos a un Almodóvar que regresa a sus inicios, pero de forma un tanto perezosa, sin la misma agresividad y con un desgano tan afortunado que no deja ser divertido.
12.07.13