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Berberian Sound Studio: La inquisición del sonido

 

por Jesús Hernández Olivas

 

Sonido y luz, dos estímulos que por la naturaleza de su física jamás podrán ser uno mismo. Audio e imagen viajan a distintas velocidades y nuestros sentidos los perciben de una manera diferente. Por lo tanto, el cine sonoro, como lo conocemos hoy en día, es una compleja ilusión artesanal que por lo general obviamos pues enfocamos nuestra atención y asombro sólo en el producto final: la franquicia cinematográfica, el director aclamado en el último festival o el actor de moda…

Hemos olvidado que alguna vez los espectadores, literalmente, eran sólo eso. Después se convirtieron en espectadores-escuchas con los primeros intentos de sincronización de imagen y sonido. Ya en el 2011 el director francés Michael Hazanavicus hizo con The Artist una entrañable mirada a la transición del cine mudo al sonoro mientras rendía homenaje a The Jazz Singer (1927).

Sin embargo, al ser un arte que se nutre de lo autorreferencial —esa maravillosa capacidad de pensarse sobre sí mismo en una suerte de inteligencia natural— el cine tenía pendiente hacer un reconocimiento no sólo al impacto como espectáculo que tuvo la transición del cine mudo al sonoro, sino a la magia que sucede en el proceso de sincronización entre imagen y audio.

En respuesta a esa necesidad ceremonial del culto, aparece Berberian Sound Studio en el 2012, segundo largometraje del británico Peter Strickland, que escribe y dirige una obra detallista, que deviene como oscuro objeto del deseo cinematográfico a partir de su naturaleza obsesiva y claustrofóbica.

La historia está ambientada en la década de 1970, en pleno apogeo del cine de horror giallo. El tímido Gilderoy (Toby Jones), un genio para crear efectos sonoros bastante reconocido en Londres, llega a Italia contratado por un estudio italiano para realizar los efectos de una violenta película de horror llamada Il Vortice Equestre, dirigida por Giancarlo Santini, que junto al productor Francesco representan una dupla de explotación económica y sicológica para quienes trabajan en la producción.

A lo largo del filme nos convertimos en testigos de cómo la personalidad tranquila de Gilderoy es absorbida poco a poco por la tensión que se vive en el Estudio de Sonido Berberian. Sin embargo, ni protagonista ni espectadores conocerán a ciencia cierta qué es eso que vicia el aire en la cabina de grabación y que por las noches repta en los sueños de Gilderoy.

Como espectadores/escuchas sólo tenemos acceso a Il Vortice Equestre mediante la banda sonora que se realiza en el estudio, además de su magnífica secuencia inicial de créditos realizada con animación de estilo retro —a su vez, la banda sonora de BSS fue hecha por la banda Broadcast, último trabajo previo a la muerte de su vocalista Trish Keenan. A pesar de que nunca vemos imágenes de Il Vortice…, podemos conocer su nivel de violencia y sangre gracias a los efectos que Gilderoy y sus dos asistentes, Massimo y Massimo, ejecutan al acuchillar frutas y verduras y echando aceite en una sartén caliente. Noise art como capa predominante de una propuesta cinematográfica.

Strickland, además de rendir homenaje a italianos como Bava, Argento o Fulci, en su recta final se sirve del thriller sicológico con elementos oníricos para recordar el cine de David Lynch, quien, a su vez, rindió su propio tributo al cine en la trilogía de Los Angeles, compuesta por Lost Highway, Mulholland Drive e Inland Empire, películas ácidas y rayanas entre lo críptico y lo absurdo.

Sin embargo, la figura de Hitchcock también está ahí —casi como en uno de sus célebres cameos— cuando vemos cómo el personaje utiliza un cuchillo que hunde repetidamente en una sandía para emular el sonido de una herida floreciendo en un cuerpo humano, lo cual recuerda la técnica que usó el maestro del suspenso en Psycho (1960) para realizar el asesinato de Janeth Leigh en la bañera.

Si bien pareciera que la película adolece en su ritmo narrativo al ser "muy lenta"—como se dice comúnmente cuando un filme no cumple expectativas mediáticas—, en realidad tendríamos que entenderla más desde su estética y planteamiento que desde su fondo, precisamente como hemos asimilado el horror giallo hasta convertirlo en culto. En realidad, Berberian Sound Studio es un ensayo cinematográfico cuya premisa es la exploración a partir del asombro provocado por los elementos sonoros y la disposición estratégica de éstos, en la tradición de The Conversation (Coppola, 1974).

Peter Strickland nos seduce, irónicamente, con una estética oscura y silenciosa para que nos dejemos guiar a través de una narrativa manufacturada con paciencia y malicia, porque la luz y el sonido nunca podrán estar en comunión, sin embargo es esa imposibilidad la que aviva nuestro obsesivo deseo por unirlos en el ritual de una sala de cine.

19.08.2013



Jesús Hernández Olivas


@_Otro_
Jesús Hernández Olivas (Chihuahua, 1984). Autor de la colección de relatos La sonrisa de la jauría (Instituto de Cultura del Municipio de Chihuahua, 2014). Escribe textos sobre literatura, música y cine en varias publicaciones nacio....ver perfil
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