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Club sándwich

El logro de Fernando Eimbcke tiene resonancia, ni dudarlo. Aquí, algunas palabras que Roger Koza le dedicó ya en su blog Con los ojos abiertos tan sólo unas horas antes de que resultara reconocido el mexicano. Esta es una presentación especial de una crítica con amistosa réplica de una aludida que construye la gran lección para éste nuestro medio de expresión expedito.

 

El crepúsculo de Edipo

por Roger Koza
 
La ternura de (y por) sus personajes define el cine de Fernando Eimbcke. El absurdo como tópico parece ser lo que secretamente articula sus comedias. Su especialidad es ostensible: la adolescencia. Club sándwich, película que ganó la Concha de Plata al mejor director en San Sebastián, es la más minimalista de sus tres películas a la fecha, y cuenta con una novedad. En esta ocasión ya no le acompaña en la escritura del guión la cordobesa Paula Markovitch, y a juzgar por los resultados, si esto tiene consecuencias, son mínimas: acaso se escuchen menos de palabras y alguno que otro firulete discursivo. El humor es el de siempre, la amabilidad de sus criatura persiste, las líneas cómicas vienen precedidas de una gestualidad precisa y una situación propicia y sus predilecciones formales por planos generales y medios con poco o nada de movimiento siguen siendo la distinción de una poética bastante extraña para el género elegido. Es hora de decirlo: Eimbcke, en el contexto mexicano reciente, es una voz solitaria.
 
Paloma y Héctor son madre e hijo; aprovechando una promoción de fuera de temporada, los dos se han ido de vacaciones. Dada la fecha, prácticamente están solos en un hotel discreto pero cómodo, con una pileta de aguas cristalinas y no muy lejos del mar. Los dos primeros planos son simbólicamente precisos: Paloma le pasa el bronceador por la espalda de su hijo y viceversa. La ausencia del padre es una presencia, pero aquí Edipo se impone y es excluyente. En efecto, si hay un tema rutilante en Club sándwich pasa por el fin del Edipo. No es menor ese manoseo inocente porque la poca distancia física entre madre e hijo implica todavía una zona de intersección afectiva en donde la sexualidad no se enuncia pero sí se pronuncia. Hay un gag extraordinario al respecto en el que el orden onírico de la madre y el ejercicio directo de la fantasía del niño se sincronizan. Es uno de los grandes momentos cómicos de Club sándwich.
 
Los primeros minutos, excepto por el tercer plano general en el que se ve al fondo del mismo a una mucama del hotel limpiando las habitaciones, todo el entorno parece fantasmal. Madre e hijo están solos, como si se tratara de un hotel de espectros. Juegan a las cartas y a otros juegos de mesa, toman sol, nadan, comen, ven televisión, descansan. Paloma lee Moby Dick, Héctor no deja de escuchar música con sus auriculares. Justamente, la primera aparición de Jazmín, una chica de la edad de Héctor, será casi del orden espectral. Apenas se la ve. Pero su importancia será progresiva y oxigenará tanto a la película como al personaje de Héctor. Además, Jazmín, es el anuncio de un nuevo estadio en la vida de Héctor. Es el fin del Edipo.
 
Eimbcke posee una confianza extraordinaria en el timing y la musicalidad de sus planos. No son muchos los cineastas contemporáneos que se aventuren en el género y que decidan desechar todo refuerzo musical para insistir en las situaciones cómicas de sus películas. La ley del género, el superyó de la industria de hoy pide música, subrayado, códigos accesibles. Por otra parte, los planos-contraplanos son pocos frecuentes en las películas de Eimbcke, quien prefiere el conjunto al fragmento trabajando de ese modo una perspectiva general que define la naturaleza del gag. Se repite así una modalidad de puesta en escena: los planos frontales generales o medios y de tiempos largos facilitan una línea humorística apoyada en un perspectiva general del conjunto en donde los gestos mínimos primero y el pronunciamiento de un grupo de palabras después deben ocasionar la risa, la dislocación simbólica de una situación que lleva a la risa. Se trata de un escalonamiento por zonas del absurdo. Un ejemplo del procedimiento: Jazmín no está sola en el hotel. Su padre y la mujer de éste le acompañan. Se los verá por primera vez en una cena en donde todos comen juntos y prácticamente nadie dice nada. El plano general se sostiene por un rato, los comensales dicen muy poco y es el lenguaje corporal el que predomina en el cuadro. El modo de encuadrar y la duración del plano dan tiempo para mirar la interacción. Cuando llega el momento de la palabra su función en el gag es pertinente porque ya está todo preparado. Lo que se dice corona una evidencia, lo absurdo de la circunstancia a la que responde la platea con su carcajada breve.
 
Es una vía lenta y voluntariamente antinaturalista. Jóvenes de la edad de Jazmín y Héctor hablarían mucho más, pero de lo que se trata aquí es de filmar una experiencia íntima que no necesita del naturalismo. El mismo método se puede ver en funcionamiento en otra escena ejemplar en donde Jazmín, Héctor y Paloma vuelven de la playa con un taxista (una aparición breve de Enrique Arreola). En los asientos de atrás los adolescentes han desatado sus pasiones a puro beso. La madre duerme, el taxista espía. Todos los elementos están visibles en el cuadro. Hay que esperar y habrá palabra, y el tiempo empleado para finalizar la escena es perfecta.
 
Club sándwich es una película de una amabilidad poco frecuente en el cine mexicano contemporáneo, siempre dispuesto al escándalo y la sordidez casi metafísica. Su depurada puesta en escena no deja de sorprender, algo que sucede también con la lógica de su comicidad. Filmar el crepúsculo del Edipo y el descubrimiento del deseo sin provocaciones gratuitas constituye una bienvenida rareza. Lo único que falta ahora es que el propio director imite el aprendizaje de su personaje. Si Héctor deja el Edipo, es hora que Eimbcke pruebe un film sin adolescentes. Es su desafío. Como director, su madurez es incuestionable.
 

Paula Markovitch responde a Koza

Querido Roger, me gustaría hacerte un comentario sobre tu artículo.
Mencionas que estoy ausente en esta bella película de Fernando Eimbke, pero tal vez no estás informado. Yo también asesoré a Fernando en el comienzo de este proyecto, en el momento de concebir la “idea” del mismo. Como Fernando reconoce públicamente en numerosas entrevistas, la idea de este bello film nació en un taller conmigo.
Recuerdo que Fernando quería hablar de los inicios sexuales de un joven en unas vacaciones. Probó distintas temáticas como la homosexualidad, entre otras, y yo le sugerí abordar el tema del incesto y profundizar en el personaje de la madre.
¡Esto no le resta méritos a Fernando como autor! Sólo te cuento cómo surgió este proyecto, lo que también Fernando cuenta en numerosas entrevistas.
Por otro lado, la ausencia de “demasiadas palabras”, o “firuletes discursivos”, que atribuyes a que no participé en la escritura concreta esta vez, también es una deducción que no se ajusta bien a los hechos. Te cuento: tanto en Temporada de patos (2004) como en Lake Tahoe (2008), la totalidad de los diálogos fueron escritos por Fernando.
Siempre trabajábamos de esta manera: construíamos juntos las historias, mi aporte se centraba en los conflictos dramáticos, los sentimientos y reacciones emocionales de los personajes, y luego Fernando escribía la totalidad de los diálogos con su tono y humor. De manera que yo no tengo relación directa con la cantidad de “palabras”, presentes ni ausentes en sus obras. A mí me gusta mucho la manera de dialogar de Fernando muy sintética y humorística.
Si esta bella película tiene menos palabras que las otras, eso no tiene relación con mi participación. Más allá de esto, lo que yo he sido para Fernando, como él mismo dice siempre en entrevistas, fue su maestra. Antes de colaborar con él le di clases, y, como siempre hago con mis alumnos, intento compartir con ellos mis investigaciones profundas. En el caso de Fernando lo hice partícipe de mi obsesión por el minimalismo, y el trabajo de profundidad sobre personajes y conflictos.
Sólo después de varios talleres empezamos a trabajar juntos. Antes de ser colaboradores, fui su maestra. Como maestra, estoy muy orgullosa de este discípulo tan brillante. Y mi orgullo tiene que ver también con el hecho de que en mi opinión, la relación constante de maestros y discípulos, es lo que enriquece la historia del arte.
Creo que todos influimos en todos, en una generación de artistas, pero la influencia es mucho mayor en aquellos que han intercambiado creatividad y prácticas creativas concretas. ¡No significa que todos tengamos el mismo talento!, pero sí que la influencia es real y palpable.
Así que no: no estoy de acuerdo en que estoy “ausente” en esta obra… creo que como maestra estaré siempre presente en las obras de Fernando (como influencia), y él también en las mías, ya que maestros (que no profesores) y discípulos intercambian sabidurías.
Lo que yo intento comunicar en mis más de 20 años como maestra de dramaturgia son mis investigaciones estéticas, mis obsesiones artísticas. Creo que en el caso de Fernando estas búsquedas que compartí con él fueron aprovechadas al máximo por su impresionante talento.
También he tenido otros discípulos muy brillantes cuyos trabajos son reconocidos en el mundo.
En lo personal no creo en la genialidad aislada, más bien todos les debemos a nuestros maestros nuestra manera de mirar… y todos somos maestros e influimos a través de nuestras obras y enseñanzas, en la mirada de los demás artistas.
Un abrazo. 
 
01.09.10

Roger Koza


@rogerkoza
Crítico de cine, programador del FICUNAM y Filmfest Hamburg.....ver perfil
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