Del arte de hacer de un remake un spoiler
por Alex Moreno-Novelo
Para la lectura y/o vistazo de este texto favor de ver la original -obra maestra- The Thing de John Carpenter, filmada en 1982, sabiendo que al leer esto sin considerar el punto anterior, será en detrimento de su experiencia fílmica, del suspenso escalofriante y el terror que esta debe conllevar.
La cosa de otro mundo (Van Heijningen Jr, 2011) sucede en un momento cronológicamente inlocalizable de la historia humana, pero que puede asumirse como los años 80, un grupo de seres terrestres nórdicos, científicos, exploradores y sus chalanes, se ven confrontados con la inminente posibilidad de ganar un premio Nobel... aunque en realidad se toparon con “algo inesperadoâ€: una nave espacial y su posible tripulante, enterrados en la tundra ártica.
Bajo órdenes y razones que sólo el doctor Sander Halvorson (Ulrich Thomsen) entiende, la bella doctora Kate Lloyd (Mary Elizabeth Winstead) es invocada para unirse al grupo y resolver el misterio al que se enfrentan... aunque todos saben que se trata de otro mundo y temible..., y que “una mujer no sabe nada†(¿?).
El relato sigue un predecible camino narrativo. La cosa (spoiler) despierta (y será el único verdadero sobresalto para el espectador en todo el filme), es perseguida, presumiblemente exterminada (no sin antes echarse a un cristiano y -tácitamente- desaparecer a un perro), autopsiada, analizada, impronta y desafiantemente descubierta en su “incomprensible†modus super-vivendi (súper-spoiler) infeccioso-invasivo-simbiótico, y así el misterio se resuelve (¡!). Pero para los daneses/noruegos parece no aplicar el más mínimo sentido de equidad profesional de género, ni el dicho de que “jalan más un par de tetas…â€, pues quien ha sido traída para explicar y resolver todo es vetada de cualquier credibilidad ante el hecho mismo de ser la extraña del grupo, y no es hasta que la fémina del grupo, Juliette, personaje que no posee rango alguno más que el de ser mujer, (spoiler) se convierte literalmente en una bestia multiforme destroza hombres, y el banquete de paranoia nacionalista y patologías fílmicas comienza.
La cosa no has sido exterminada y (sólo) algunos han sido infectados (-cabe resaltar que raramente todos entraron en contacto con ésta y sus fluidos, vehículos de contaminación simbiótica-) pero es “imposible†saber quién. El pánico y la psicosis entran al juego, la confianza se disuelve (incluido la del espectador que se queda simplemente con Lloyd como la heroína a pesar de que claramente también debería estar infectada, si se ha seguido lo más atento posible la descuidada trama), y un estire y afloje de quasi inverosímiles comprobaciones de la propia humanidad toman parte. Para este momento resulta interesante el conflicto de barreras lingüístico comunicativas debido a los diferentes idiomas que hablan los personajes de los diversos estratos de poder: el danés en lo más alto, el inglés de los jóvenes colaboradores y el noruego de los sirvientes. Los bandos se forman en base a esto y crean su propio equívoco lazo de coterránea confianza (cfr. opus de Carpenter), y lo que pudo haber sido una dimensión agregada a la estructura, pronto deriva en xenofobia aligerada o simple estupidez. Todos caen presa de la cosa y mueren a punta de bala, dinamita o lanzallamas. (Ultra spoiler) Todos menos (¡quién se imaginaría!) el más torpe y tosco de ellos: un asistente noruego semi-proto-balkiriano... y el hasta entonces casi inexplicablemente desaparecidísimo can.
El filme de Van Heijningen Jr. y Heisserer sufre de muchas de las decisiones más primarias de su realizador y productores:
1) Promocionar el filme indistintamente como un remake o versión alterna o lo que el horror-film-fan quiera entender a través del trailer y la información disponible antes de su lanzamiento. Se deja al espectador con el ansia de un remake directo para encontrar una especie de precuela que se “justifica†con un eslabón (ultra-spoiler, en serio) canino, que resulta la más de las débiles columnas lógicas del filme. Un momento está, luego desaparece por todo el filme hasta que en un pestañeo vuelve a estar ahí (aunque Carpenter también lo usó casi de la misma “descuidada†manera). Es decir, la decisión de dar un antecedente al clásico de Hollywood se vuelve incluso innecesaria o al menos mal educada.
2) Un elenco poco reconocible y relacionable, que de pronto es explotado hasta el punto de que cada interprete se vuelve el estereotipo de sus propios roles: Winstead: la chica linda, suspicaz y heroicamente en desgracia; Edgerton el tipo rudo, corazón de león, yo-las-puedo-todas-imbécil; Thomsen: el tipo inhumanamente frío y calculador; Olsen: el gran y débil mejor amigo. Que entonces toman predecibles forma y orden en que perecerán (asumiendo que Winstead perece, algo que no queda nada, nada claro).
3) El diseño sonoro y la musicalización –recursos de específica valía para cualquier filme contemporáneo y beta inequiparables para los filmes de auténtico terror– se revelan en inicios prometedoras, pero parecen ser olvidadas pasado el primer tercio, justo cuando las tensiones interpersonales debiesen ser paliadas por ésta. Los ambientes del filme parecen uno mismo: siempre hueco y vago. La música se aferra a un estilo clasicista -ni siquiera ochentero- dando todas las marcas exactas para que el espectador sepa cuándo descansar y cuándo asustarse.
Las transmutaciones simbiótico-alienígenas son mucho más dignas de un filme de Paul W.S. Anderson (Resident Evil) o Verhoeven (Starship Troopers), que de la versión de los ochentas. Su tempo, formas, diseños y efectos visuales corresponden a un hiperlativo y “vistosísimo†CGI, que oblitera el hecho biológico, físico y vital del nacimiento, e impronta la adecuación de estos seres al ambiente amenazante. Incluso la delicadeza del gore carpenteriano se ve reducida al peor tipo de slasherismo y blood-splatter contemporáneo (Eli Roth y los propios Verhoeven/Anderson son más cuidadosos y de mínimo mejor gusto).
Un filme que pasa de la posibilidad de erigirse como un singular análisis, una visión alternativa de la condición humana para postrarse como un demo-reel de las condiciones de su realizador y compañía. Una carta de presentación que no se diferencia del montón de filmes de su nicho de pseudomiedo. Se queda en la orilla de casi todo lo que pudo lograr con excepción de, justamente, poner de una vez por todas al espectador en el filo de sus asientos ante el lamentable y usualmente vacuo escenario palomero estadounidense de género.
19.01.12
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