A propósito del estreno de la ópera prima de Raúl Fuentes, película mexicana que aborda más que las relaciones amorosas entre dos mujeres, ensaya las pasiones entre dos seres inmaduros, nuestros colaboradores entablan un diálogo sobre el filme, sin intentar tener una respuesta absoluta acerca del resultado. Disfruten esta charla.
por Luis Vaca y Omar Villaseñor Zayas
Luis Vaca: Todo mundo tiene a alguien menos yo (Fuentes, 2012) tiene un arranque potente que genera altas expectativas en el espectador: dos chicas guapas, semidesnudas, cachondeando, hablando de arte bajo una tenue iluminación. Con todos estos elementos, ¿qué podría salir mal? Pues aunque no lo crean, mucho.
En la película tenemos a dos personajes: Alejandra, una editora que ronda los 30 años y María, una joven estudiante de preparatoria con quien mantiene una relación. El intento de abordar una relación lésbica entre “adolescentes” de clase media del Distrito Federal se antoja interesante, pero en este caso, el resultado no es muy afortunado.
Omar Villaseñor Zayas: Sin embargo, si uno se involucra en la trama, puede proyectarse bajo alguna experiencia similar. El ser humano, un ser social que en repetidas ocasiones sufre de soledad, llegando a la autofobia; suele estar en una constante búsqueda de su llamado complemento. Parece ser una condición innata, una necesidad básica, el conseguir un compañero de vida, de días y noches. Es entonces cuando la fuerza de las relaciones sentimentales se vuelve una constante argumentativa en las obras cinematográficas.
No importa la edad. Seamos niños (Mariana, Mariana, Isaac, 1987) o ancianos (La paloma de Marsella, García Agraz, 1999), vivimos diversas etapas del llamado “amor”. Podemos salir victoriosos como el buen Pedro Infante o terminar con la capa caída como Cantinflas. La relación sentimental de pareja puede llegar a ser tan bizarra que ataca de forma compulsiva (Él, Buñuel, 1952) y embriagante (Un embrujo, Carlos Carrera, 1998), como en el caso del estreno, Todo el mundo tiene a alguien menos yo.
OVZ: Otro punto argumentativo con el que podemos identificarnos está reflejado en esta línea, retomada de la película. Nuestra tarjeta de presentación ante nuestras nuevas interacciones personales, por lo regular resulta ser un antifaz; pareciera que coexistimos en una mascarada donde sólo ciertas personas van revelando las capas de nuestra apariencia. Precisamente es lo que resulta con la cinta, donde la fotografía blanco y negro ante nuestra mirada, resulta únicamente el maquillaje que esconde una historia tan común y, si quiere verse, a la vez tan compleja como cualquier idilio.
LV: La profundidad que pretende mostrar la película se va desvaneciendo conforme avanza. Los personajes hablan mecánicamente con diálogos incomprensibles incluso para ellos mismos. Alejandra y María hablan, explican; no ejecutan acciones. Aún cuando las chicas tienen edades distintas —conflicto aparente— en el fondo son el mismo personaje ¿de qué sirve tener a dos personalidades iguales, hablando de la misma manera, respondiendo de la misma manera?
La soledad, la necesidad de sentirse amado, ¿son realmente un tema explorado en la película? Yo diría con toda seguridad que no. En todo caso, creo que la película se aproxima a un retrato de las relaciones entre jóvenes de cierta clase social, sin explorar el drama, la existencia, o alguno de los sofisticados e intelectuales argumentos que saltan en las conversaciones, en donde citar a Platón o Foucault es cosa de todos los días.
LV: El evidente problema de tono y el estilo culterano de sus diálogos hace que los personajes se aproximen a una parodia involuntaria. Dicho autosabotaje vuelve a los personajes acartonados y no sabemos si hablan en serio o si tratan de imitar el estereotipo de un sector de la población —jóvenes adultos— que vive entre Coyoacán y la colonia del Valle.
Por otro lado tenemos el tema sexual, que es tratado de forma escueta, pues la relación entre estas dos jóvenes es aceptada sin ningún prejuicio y no existe ningún conflicto personal, social, moral o de otra índole que aporte algo al desarrollo de los personajes.
OVZ: No obstante esas mismas escenas que se mencionan, en ocasiones logran transmitir, gracias a su aspecto visual, todo ese proceso emocional del enamoramiento. Electricidad, descargas neuronales, química, hormonas, secreciones, pasión, cariño, comunicación. El amorío en este caso y en todos, resulta de la forzosa compartición de dos contextos, dos mundos, dos mentes. Luego la comunicación interpersonal resulta vital para lograr la conjunción. Y es que la película representa que todo comunica, una mirada, una caricia, un silencio.
LV: También hay que hacer mención de los aciertos, como el trabajo de Jerónimo Rodríguez, responsable de la fotografía, quien a partir un buen blanco y negro, en su mayoría en tonos suaves —pero trabajando con igual destreza los contrastes fuertes—, logra crear ambientes realmente bellos.
Otra apuesta interesante, y que nos deja con buen sabor de boca, es el lenguaje cinematográfico con el que se construye la película, que utilizando desplazamientos de cámara lentos crea un ritmo armonioso.
En ese mismo tono encontramos secuencias bien logradas, como la que sucede en el club de jazz o la de la librería en Chapultepec, pero en el caso de la última nos encontramos de nuevo con una odiosa conversación sobre La hermenéutica del sujeto que, la verdad, nos hace añorar el cine mudo.
OVZ: Al final, me parece, logra transmitir y trascender en el espectador, Todo el mundo tiene alguien menos yo puede dejar una reflexión sobre la necesidad de compartir la cama y el corazón con alguien más. Donde las costumbres y manías de cada individuo relucen y se enfrascan contra las de la persona que se tiene de frente. Nuestra recomendación sobre las relaciones amorosas, es tener una con el cine, él nunca te abandona, y puedes decidir si se convierte en permanencia voluntaria o lo desechas después de una sesión de aproximadamente dos horas sin ningún remordimiento.
21.11.13