por Gaby Amione
En el último par de años los "grandes directores " me han decepcionado enormemente. Sus obras aparecen como si tomaran el estilo que los fanáticos identifican como suyos, para explotarlos en tal grado que sus películas, poco a poco, terminan siendo un refrito de buenas ideas anteriores, que si bien funcionaban de manera independiente, juntándolas todas son una mierda.
Siguiendo estas ideas llegamos al más reciente filme de Michel Gondry, Amor índigo (L'écume des jours, 2013). No obstante haya hecho lo mismo, es decir, retomar todo lo que le había funcionado en sus obras anteriores, se tomó el tiempo para sacar a flote una película auténtica: no se colgó de su propia fama. Y digo auténtica porque podemos citar películas que vimos únicamente por el prestigio y el nombre del realizador[1]; ésta, en cambio, la iría a ver aunque fuera la ópera prima de mi abuelita.
Comencé a verla. Otra decepción, demasiado efectismo “tipo Gondry" (lleno de elementos surrealistas y stop motion), pensé, pero conforme la historia avanza y el espectador va conociendo a los personajes, la cinta va dando cuenta de que todo está dispuesto y filmado en una forma coherente con lo que se quiere tanto contar, como transmitir.
Basada en La espuma de los días de Boris Vian, Amor índigo es una historia muy típica y sencilla: el chico conoce a la chica y se enamoran; ella se pone enferma y él trabaja para intentar salvarla, etc. No obstante, todos los elementos están bien combinados en la trama, los conflictos externos e internos de los personajes, el ambiente que se pinta, la dirección de arte y la música, que juega un papel esencial en cada momento.
La película empieza con el protagonista, Colin (interpretado maravillosamente por Romain Duris), levantándose listo para la vida, dispuesto a conocer a alguien y enamorarse. Todo su alrededor nos contagia de este sentimiento. Más tarde Colin llega a una fiesta y por sentirse incómodo, se le escapa el zapato y tiene que ir por toda la fiesta persiguiéndolo. Es una premisa absurda pero logra hacernos ver al personaje como un niño, inquieto y nervioso, el encuentro no puede ser menos “romántico”, lo cual lo hace ser mucho más verosímil. Cuando le presentan a Chloé (Audrey Tautou), no hay ningún dolly in a rostros de amor a primera vista, por el contrario, se conocen de la manera más casual y no hay fuegos artificiales. Así emprenden sus citas. Con un viaje por medio de una grúa, pueden recorrer toda la ciudad, vemos que su interés va creciendo en un mundo semi-fantástico.
La pareja decide casarse después de un accidente de patinaje y en la noche de bodas, en lugar de adquirir una especie de cáncer o una enfermedad terminal común, a Chloé le empieza a crecer una flor en el pulmón. Conforme la afección de la chica crece, también viene la pobreza, pues Colin, quien nunca había trabajado, se ve obligado a realizar tareas absurdas con tal de poder proveer a su mujer de los medicamentos que necesita.
Pero todos estos recursos no vienen aislados. Michel Gondry suele utilizar muchos simbolismos en sus películas, y aquí se trata del constante viaje de una historia verosímil contada de manera onírica. Minuciosamente filmados, de manera patafísica, los objetos de la casa tienen vida propia: el chef que aparece en el programa de televisión que mira el mozo, Nicolas, de repente adquiere vida ahí mismo cuando se abre el refrigerador y éste le pasa los ingredientes. Aquí y en el resto del filme, se rompen los relatos y se mezclan las diferentes narrativas del universo interno. La “casa” (si le podemos llamar así) en la que habita Colin, parece el interior de un tren. Se levanta por la mañana con ganas de emprender un viaje personal, de expandir sus horizontes. Este tren irá transformándose al igual que el tiempo y el contexto que están viviendo.
La dirección de arte, la fotografía, la interpretación de los personajes, todo tiene un giro verosímil en un mundo completamente irreal. Un mundo en donde todo se rige por los sentimientos, tan histriónicos (bien justificados en un contexto amoroso), que todo el tiempo estamos en una especie de lucha entre la vida y la muerte. El principio representa todo lo que significa el haber encontrado a la persona de tus sueños, y después, se muestra el peor temor de quien está viviendo esa felicidad: perderla para siempre.
La mezcla de todos los elementos y recursos utilizados por Gondry en este filme, nos empapan de un estado de animo y logran crear entre el espectador y los personajes, una máxima identificación.
25.11.13
[1] Los amantes pasajeros (2013): fui emocionada al estreno pensando que Pedro Almodóvar había regresado a su época de comedia tipo Mujeres al borde de un ataque de nervios. Sin embargo el realizador olvidó que la trama también era importante y que con ella se nutre a los personajes. La falta de coherencia entre los elementos hace que no funcione como cine.
Prometeo (2012) de Ridley Scott: tomó lo que funcionó de Alien con lo que funcionó de Blade runner y terminó haciendo un refrito de monstruitos; empezamos con un personaje tipo La momia, después unas lombrices gigantes atacan a unos hombres que se convierten en una especie de hombre-lobo... ¡Y para terminar la protagonista da a luz (eso sí, después de, una de las mejores secuencias de suspense/acción que he visto en mi vida) un pulpo!