por Daniel Valdez Puertos
Un cuadro distópico que la literatura nos ha brindado, por un lado Orwell con el constrictor Big Brother de 1984, por el otro el consumismo compulsivo de placer que conlleva la catástrofe de Un mundo Feliz de Huxley, más la autoconsciencia lógica y sentimental de la inteligencia artificial que tanto temía Assimov en numerosos relatos es el sustento del que se alimenta Spike Jonze para elaborar una de las alegorías fílmicas que no versará, necesariamente, sobre el destino de la humanidad sino sobre las relaciones amorosas en la era de la comunicación móvil, virtual, acelerada, abrumadoramente efectiva y afectiva en Her (Ella, en español).
En un mundo que se estima futurista, Theodore (Joaquin Phoenix), amanuense de oficina que labora en una compañía dedicada a desarrollar cartas inspiradísimas para toda ocasión, transita por el duelo del divorcio; pasa su rato libre entregado a videojuegos de pantalla etérea y encuentros sexuales virtuales y aleatorios evocados únicamente con la voz. Su fortuna cambia cuando decide adquirir lo último en sistema operativo omnipresente y preconsciente, el OS1, configurado como una mujer de nombre Samantha (Scarlett Johansson), que más que ser una simple herramienta de inteligencia artificial es una entidad intuitiva con las facultades psiconalíticas para adelantarse a las necesidades del usuario. Así, Theodore ya no se sentirá tan solo, sino todo lo contrario. Más que la eficacia, es por la encantadora personalidad de Samantha, por la humanidad más ideal que real con la que se desenvuelve, su sentimentalidad más que su versatilidad multitask, su sentido del humor y su risa -ese gesto que comulga con el otro en una inteligencia de dos sin necesidad de explicar nada- y su voz, sobre todo su voz, será por lo que el pobre escriba de Theodore llegará a entablar un vínculo amoroso con ella.
La alegoría propuesta por Her debe ser leída más anclada en la actualidad que en un futuro progresista de la sociedad hipertecnologizada. Los escenarios del mañana se nos presentan más cercanos a las furiosas batallas apocalípticas de Mad Max (George Miller, 79) o a las catástrofes naturales de The day after tomorrow (Emmerich, 04), que a la vida orgánica regida por la inteligencia artificial en una positiva convivencia. Ni qué decirlo. La plataforma metafórica que ocupa este relato post Charlie Kauffman ( la deuda creativa que Spike Jonze tiene con su exguionista resulta impagable) para despegar su reflexión crítica es el evidente desplazo de la interacción física entre los sujetos por la comunicación virtual a cambio de su apego material hacia los gadgets ( los zombies que proliferan ensimismados con el Smartphone día con día) y la fe ciega en ellos, como se manifiesta en la escena en la que Theodore se deja guiar embelesado por Samantha en un parque de diversiones.
Pero su reflexión va más allá de una querella contra la tecnología. El relato aprovecha de esto para hablar sobre la imposibilidad de las relaciones, su deseo y su realización fallida en una era en la que el sujeto contemporáneo, vacío por el excesivo goce de consumo de estímulos de todo tipo, es que se recrea, cambia constantemente, amplía sus horizontes para deshacerlos al momento y quedarse sin certezas. Theodore está recién desmatrimoniado, su vecina Amy pasará por algo muy similar, la inteligencia de Samantha evoluciona a cada segundo; en algún momento del filme se dice: “Era hermoso crecer juntos, cambiar juntos, pero ahí es la parte difícil, cómo crecer sin distanciarse, como cambiar sin asustar al otro” .
Y si se quisiera ir más allá y expandir el deleite romántico de la distopía, no es difícil concluir que lo más sensible del filme descansa en la inmaterialidad del deseo, en ambas acepciones del término, es decir, en lo intangible y en lo irrealizable. En el proceso y no en el final. Afirma Samantha que “el pasado es una historia que nos contamos nosotros solos”, son los episodios contables en el que la promesa de llegar a un sitio era lo que menos importaba de toda esa narración. Si bien Cassavetes hizo en Faces (68) un filme sobre lo físico de las pulsiones, y lo físico del deseo consumado y su resaca posterior, en Her es la inmaterialidad de la voz, la voz que madura de Samantha, la voz quema dura (Villaurrutia dixit), la voz sensualmente ronca ( esa característica que la hace casi tangible) es la perfecta representación del bonito deseo imposible. Y es en ese sentido que el filme voltea la cara hacia las sociedades pasadas, cuando los amantes a miles de distancia se mandaban cartas diciéndose lo tanto que les gustaría estar juntos y hablaban por teléfono horas y horas idealizando las inflexiones vocales de ese otro ideal que jamás logró existir del todo “making sure that they ‘re okay and they ‘re million milles away”
30.01.14
Textoservidor. Lic. en Técnicas de la alusión con especialidad en Historia de lo no verÃdico. UNAM generación XY. Editor en Jefe y cofundador de la revista F.I.L.M.E. Fabricante de words, Times New Roman, 12 puntos. Es....ver perfil