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Stranger Things

La cosa más vista y normal del mundo

por Enrique Ángel González Cuevas

 

Pareciera que hoy existen dos perspectivas desde las cuales se puede considerar una serie, sin ser éstas autoexcluyentes y que tampoco son necesariamente complementarias. La primera obviamente es lo relativo al rating, su capacidad de ser adictiva, de enganchar a un público y, en una palabra, de vender. La segunda parte es el hecho de que recién venimos de un momento histórico en que algunos ejemplares de este género de narración audiovisual –Los Soprano (1999-2007), Mad Men (2007-2015), Breaking Bad (2008-2013) y más, por mencionar algunos ejemplos paradigmáticos– parecían estar alcanzando su madurez estética, hermanándose con el cine en tanto que arte.

Stranger Things (desarrollada por  Matt Duffer y Ross Duffer, 2016) es un éxito desde el primer punto de vista, no así del segundo. Lo curioso es que la razón de los dos hechos es la misma: Stranger Things, ya lo han dicho varios, sintetiza el riquísimo imaginario fantástico gringo cimentado sobre Steven Spielberg y Stephen King. Es un universo que muchos ya habitamos o, mejor dicho, nos habita: los hijos de los años 80 fuimos colonizados e ideologizados en nuestra primera infancia a partir de esos productos culturales retransmitidos cual si Goebbels trabajara en el canal 5.

Así, desde las primeras escenas sentimos que ya conocemos a los cuatro niños que serán protagonistas, pues son una continuación de los personajes de Los Gonnies (Donner, 1985), IT (Tommy Lee Wallace, 1990), Cuenta conmigo (Reiner, 1990) o E.T. (Spielberg, 1982); también ubicamos las referencias explicitas a Cronenberg, Carpenter y un largo etcétera, que están distribuidas como dulces para que las encontremos y nos sintamos, a un mismo tiempo, inteligentes y en casa.

El problema es que sintetizar no es enriquecer. Dicho de una forma un poco más fuerte, Stranger Things es un producto prefabricado, hecho para que un sector específico podamos digerirlo sin esfuerzo y con una sonrisa. La riqueza de esta “serie televisiva” (serie web en realidad) es justamente su pobreza, pues la serie se agota en las referencias. No hay algo más allá de ellas y, por tanto, no hay nada nuevo que pueda, por la misma razón, desagradar a un público ya ganado.

Igual que It Follows (David Robert Mitchell, 2014) hace un año, Stranger Things aspira a ser un nuevo clásico, más por imitación que por mérito propio. Quizá la mayor prueba a lo señalado sea que la serie protagonizada por Winona Ryder parece tan popular y adictiva entre quienes compartimos el código de referencias, como ineficaz y francamente “equis” para quienes no.

Netflix ha logrado vendernos el remake o reboot perfecto (quizá para esto necesitemos una nueva categoría). Aquél que no lo parece, pues nos cuenta la época y el mundo de las viejas historias, en lugar de contarnos esas historias en concreto. El truco no es nada fácil y vale la pena quitarse el sombrero. De la misma manera que se vale disfrutar como niños; ya se sabe que a los niños les encanta ver lo mismo una y otra y otra y otra vez.

Obviamente Stranger Things me gustó. Me pareció emocionante y bien armada (sus dos o tres “Deus ex machina” pasan sin mucha violencia). La he recomendado a todo el mundo y continuaré haciéndolo. Además, sé que en algún momento volveré a verla con gusto, pues sin duda, y como todos, la habré olvidado en poco tiempo.

 

15.08.16

Enrique Ángel González Cuevas


@chontourette
Ciudad de México, 1986. Maestrando en Filosofía y ginecólogo paranormalista. Es entusiasta de la obra de Arthur Schopenhauer, así como cuentista y fan de la cultura zombi.
Tiene el sindrome tourette y nunca pone de acuerdo a sus ello, yo y súp....ver perfil
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