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Trainspotting en tres flashbacks

por Gregorio Lywer (@GregorioLywer)

 

-Say something, Mark. Fucking say something, haaaa!

-I'll cook it up.

#Trainspotting

1.

Diarrea y cine

No voy a darles datos del filme ni a intentar hacerles teorías ñoñas sobre la secuela que viene, todo eso ustedes ya lo andan masticando por su cuenta, solamente compartiré algunas perspectivas muy personales sobre ese fenómeno que encarna hoy en día la saga Trainspotting, desde su binomio inseparable de libro, tren y película.

Un día de enero del 2001 yo caminaba por el mercado de los lunes de la calle Nezahualpilli, cerca de avenida Aztecas. En un puesto de cosas usadas ubicado junto a una tortillería, entre juguetes viejos de los X-Men cubiertos de plastilina o revistas porno hechas chicharrón de tan exprimidas, se encontraba un viejo VHS original de una película que en la etiqueta decía La vida en el abismo; pero que todos los drogos del cine conocemos por su nombre original: Trainspotting, (1996), del director británico Danny Boyle. Sabía que era una buena adquisición y además estaba en 10 fucking pesos, así que me la llevé a pasear.

No la vi ese día por desidia, tendría que pasar un año entero para que una diarrea asesina que me sacara unos días de la prepa, con fiebre y todo, y me enviara una semana a casa. Tirado en cama, en un televisor de los ochenta y con ayuda de una videocasetera (de las últimas que rondarían la tierra) gasté el primer día de mi convalecencia viendo algunos filmes pendientes. Después de ver Los ríos de color púrpura y Solaris, llegó el turno a Trainspotting. Fue entonces que las imágenes convulsas de los trenes que pasan a gran velocidad salpicaron mi mente de visiones.

Ese octubre de 2002, con 38 grados de fiebre, dentro de mi caverna-casa, fui sacudido por unas terribles ganas de vomitar en medio de las carreras de Mark Renton, agitadas de sonido y furia (Lust for life, Lost for life…); padecí nadando entre inodoros de ensueño (el peor en Escocia); contuve el chorro mirando al imbécil de Spud (en sustitución del David Mitchell del libro) llenar de cagada unas sábanas de cama ajena; o sufrí resistiendo la resaca empática de drogas duras (aún desconocidas a mis 16 años) en un hundimiento de día perfecto.

En medio de mi propia enfermedad, se levantó la imagen de la pequeña bebé Dawn zombie (antítesis del asqueroso bebé Rocamadour de la telenovela del cursi argentino), reptando por el techo de Mark Renton como el conde Drácula la primera vez que se le aparece a Keanu-Jonathan Harker-Reeves en esa película de Coppola.

¿Quién soy yo? Me desoriento mirando la nada dentro de la nada. Me queda claro que no soy un escocés de Edimburgo viviendo en un país colonia británica, pero sí soy un mexicano con una resaca histórica de colonialismos nunca bien superados. Tengo ganas de parar la película pero por alguna razón no puedo dejar de mirar esas imágenes adictivas, such perfect day.

Años más tarde corroboraría el pasaje que me hizo sentir al doble mi infección estomacal de los 16 años, en una pésima traducción (ni modo, es lo que había a la mano) de la novela de Irvine Welsh.

Es un bebé. La pequeña Dawn. Gateando por el techo. Llorando. Pero ahora me mira desde arriba. “Me dejasteis moriiiiir”, dice. No es Dawn. No es la criíta. Nah, quiero decir, esto es una puta locura.

(Trainspotting, p. 199).

 

Prometo que será el único pasaje que cite del libro del buen Irvine Welsh.

 

2.

Guanajuato days

Mi segundo momento Trainspotting sucedió durante el verano del 2013, para ser exactos el 25 de julio de ese año en la ciudad de Guanajuato, que en nada se le parece al viejo Edimburgo donde se mueven los personajes del filme.

En este nuevo episodio ya contaba yo con 27 años y ya había superado la inevitable resaca del adolescente mexicano que se imagina joven escocés o británico o incluso joven escritor noruego-hipster, como en la aborrecible imitación del universo trainspottiniano que fue el filme Reprise (2006), de Joachim Trier.

Para resumir el suceso, en aquella ocasión me tocó conocer en una conferencia de prensa a Danny Boyle, el gran catapultador cinematográfico del universo grotesco-seductor que Welsh creara en su novela.

Una de las primeras cosas que Boyle confesó aquella vez fue su fanatismo por la música; su tránsito desde el punk y reggae hasta lo electrónico y de regreso. Además se dio el lujo de decir que una de las primeras películas que lo inspiró a hacer cine fue El Topo del padrecito-predicador Alejandro Jodoroswsky.

Mientras yo estaba sentado en el piso aplanándome el culo, el Boyle hablaba de su particular visión sobre el cine, una estética independiente, old school y oscura, que por el simple hecho de existir expone las torpezas del cine hollywoodense. Entre sus buenos momentos de ese día tuvo a bien ofender un poco a los fans de Hollywood: “Me van a matar por lo que estoy a punto de decir pero no soy fan de Star Wars. Sé que un día llegó y cambió toda la industria, todos se obsesionaron con ese cine, pero yo me perdí eso”.

Aquel día el cineasta estuvo buena onda, bonachón como profesor de prepa, las enseñanzas de don Boyle apuntaron hacia el rescate de un cine más artesanal e inteligente, algo sincero pero con actitud: “Hemos sido muy afortunados. Las primeras cintas que hicimos fueron en casa. Siempre tratamos de hacer trabajos independientes, películas en las que creemos…” No recuerdo más de aquella conferencia y sí, gran parte de lo que recupero aquí me lo robé de aquella nota que hice en el 2013 para una revista que no citaré. Espero eso no pueda considerarse como auto-plagio.[1]

Como epílogo, aquella vez alguien nos tomó una foto a toda la manada de reporteros, entre los que aparece el crítico Jools Durán y creo que también salgo por ahí aplastado. Todos abrazábamos a Danny Boyle como desesperados leprosos acosando a un mesías de luz. Hasta la fecha no sabemos quién shait tomó la maldita foto.

 

3.

Un escocés en una librería mexicana

El tercer momento Trainspotting tuvo lugar en octubre del 2014 en la librería Rosario Castellanos de la Condesa. Ahí, gracias a la ayuda de unas amigas y una señora amargada, pude conocer en una breve charla al artífice del caos, a Irvine Welsh.

Ante mí apareció un tipo rapado, algo desaliñado, buena onda y con un tatuaje en el brazo, que hablaba exactamente igual a Robert Carlyle en su papel de Frank Begbie, alias el peregrino, alias el viejo Franco.

Con ese acento escocés marcado que me costó un huevo entender, Welsh charló caprichosamente de lo que quiso sin tomar mucho en cuenta mis nerviosas preguntas: habló de la música que teje la atmósfera del libro (y película), de la juventud rebelde y de varias cosas al random:

“Cuando eres joven tienes opiniones radicales y fuertes sobre casi todo, aunque no sabes nada del tema. A esa edad eres un ingenuo, un apasionado de muchas cosas como la música, y declaras que amas con locura a Joy Division o a Bowie, mientras que detestas a los pinches Rolling Stones. Es muy divertido. Amo esa sinceridad de la gente joven cuando puede decir libremente ¡A la mierda eso! … aunque ese arranque de fuerza provenga de la ignorancia. Es una edad muy dramática, si estás escribiendo algo sobre ese periodo debes escribir algo igual de dramático”.[2]

Cuando le pregunté sobre su libro más popular, a 21 años de su publicación original, Welsh me respondió cortésmente aunque sin poder reprimir cierto gesto de cansancio:

“Alguien me dijo el otro día: apuesto a que tu vida gira en torno a un antes y un después de Trainspotting. Y sí, alguna vez lo he pensado, ya sabes, pero creo que no. Cuando escribes un libro es porque estás muy inmerso en esa experiencia, pero cuando lo acabas ese mundo se debe ir completamente para que te puedas sumergir en lo que sigue. En realidad no pienso mucho en esto, escribo, termino y luego regreso a escribir. Así es mi estilo.”

Hacia el final, mientras yo me debatía entre ser un entrevistador profesional o convertirme en una groupie sin dignidad, el escritor de The Acid House y Skagboys me habló también de su gran pasión por el cine:

“Danny Boyle, Andrew Macdonald, John Hodge me acercaron al cine, tuve muy buenas experiencias al lado de ellos durante el proceso de adaptación de Trainspotting. Posteriormente he regresado al cine en otro par de ocasiones, he trabajado escribiendo diversos guiones, y puedo decir que de alguna forma esto se ha convertido en una segunda carrera. Recientemente tuve una muy buena experiencia durante la adaptación de mi novela Filth, dirigida en 2013 por Jon S. Baird. Platicando con James McAvoy, quien por cierto está increíble en la cinta, reflexioné que en el cine, esta segunda forma de vida para muchos escritores, resulta muy interesante entender la narración desde otras perspectivas, porque ahí es donde trabajas con gente real y no imaginaria”. 

Del resto de esta película no recuerdo más, quizás una noche fumando hachís en Oaxaca al viejo estilo Hunter Thompson, otra ocasión fumando la Nada entre las calles de Morelia, o un mezcal inocente en el norte del territorio mexicano; quizás unas líneas blancas de alguna noche frenética al sur del DF… ¿Un ácido o un haiku? Jamás un supositorio de opio, eso nunca (de niño me gustaba en pipa), mientras que el golpe de un tren (y sus luces) aún me es desconocido. Todo me recuerda al cine.

 

17.03.2017

 


[1] “Danny Boyle, un hombre humilde”, en IndieRocks, 2013. http://www.indierocks.mx/cine/coberturas-especiales/danny-boyle-un-hombre-humilde-giff2013

[2] Las citas de Irvine Welsh fueron tomadas de “Irvine Welsh, un escritor cargado de adrenalina literaria”, Cultura UNAM, 2014: http://ns2241.dizinc.com/index.html?tp=articulo&id=5169&ac=mostrar&Itemid=&ct=323&titulo=irvine-welsh-un-escritor-cargado-de-adrenalina-literaria&espCult=museo-universitario-del-chopo

Gregorio Lywer


@GregorioLywer
Nació en la Nada de un barrio proletario cualquiera, hacia la Nada se dirige. Soy un lector de abismos y un soñador de vacíos fuera de servicio. Vivo en el delirio perpetuo, entre las sombras del caos citadino y las ris....ver perfil
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