por Julio César Durán
La sexualidad y el cine son más complejos de lo que en principio nos parece. Al pensar en aquello que llamamos “diversidad sexual” olvidamos que va más allá de lo heterosexual, lo homosexual o lo bisexual, pues el concepto se cifra no sólo en una posible preferencia sino en una identidad. La sexualidad no sólo se entiende como «yo hombre o mujer tengo coito con un hombre o mujer», sino también en «yo hombre o mujer me identifico como parte de un género específico». A éste se le suma un rol convenido, una serie de actitudes y deseos que van elaborando una ecuación bastante sofisticada. Con el cine ocurre algo similar, la línea entre la ficción realizada con personajes reales y el falso documental es debatible, ya que en ocasiones categorizar a un filme como mera ficción, no-ficción, documental, experimental, etc., es poco justo.
En Casa Roshell (Chile-Mexico 2017), dirigida por la chilena Camila José Donoso, vamos a ser testigos de los encuentros de hombres que buscan y desarrollan su identidad como mujeres en el célebre "Club Roshell" de la Ciudad de México. Se trata de un espacio donde los personajes que vemos en pantalla (no actores a veces interpretándose a sí mismos, otras interpretando un personaje con todo y dirección actoral detrás) se van a mostrar no sólo como son sino como ellos se entienden a sí mismos. Sin más, estaremos inmersos una noche completa en la dinámica de este espacio de convivencia y espectáculo.
Las fronteras que Camila José Donoso atraviesa en su primer largometraje en solitario no sólo son de forma; también atañen al contenido: la frontera sexual y sensorial de las protagonistas se refleja en la sensualidad de la imagen y sus juegos de formato. La nostalgia por las viejas maneras que tienen los personajes que desfilan en el Club Roshell está patente en su coquetería, en su habitar ese espacio que les da libertad, en lo que apela la música que se escucha. La imagen, a partir de los filtros y efectos con los que está intervenida, busca un tiempo y estilo específicos de la película física, los del nitrato, sin importar que haya sido registrada digitalmente.
El ojo de la realizadora siente nostalgia y su estilo ha encontrado a estas mujeres trans en toda su radicalidad. Evidenciar un formato en desuso, que es mezclado, barrido, rayado, representa quizá el ímpetu de las protagonistas, a quienes seguimos en su transformación al inicio del filme, más tarde moviéndose con soltura en su ambiente, y a lo largo de toda la película encontrándose o desencontrándose, entendiéndose como personajes y como personas, como parte de un espectáculo y como parte de un modo de vida.
Quizás este segundo filme (primero en solitario) de la joven cineasta chilena no tiene la contundencia de su Naomi Campbel (2013, codirigida por Nicolás Videla), película que contiene una fuerza de discurso y un atrevimiento formal poderosos, sumados a un personaje entrañable, sin embargo sí da cuenta de la gestación de una autora que puede ofrecer cosas muy interesantes al panorama cinematográfico contemporáneo de América Latina.
Texto originalmente publicado por Cineteca Nacional en julio de 2017, reeditado para F.I.L.M.E.
30.11.17